Domingo 11 de enero, a las 15 horas en mi apartamento de Poitiers. Decido encender el televisor para continuar empachándome de toda la información que se está emitiendo en los medios franceses en esta semana histórica. Manifestaciones en las principales ciudades francesas; en París la más gorda, aquí todas las personalidades francesas van de la mano de los principales líderes mundiales: Angela Merkel, David Cameron, Mariano Rajoy, Matteo Renzi, Jean-Claude Juncker, Martin Schulz, Donald Tusk, el rey Abdalá, la reina consorte Rania de Jordania, Antonis Samaras, Pedro Passos Coelho, Ahmet Davutoglu, Ibrahim Boubacar Keita, Ali Bongo, Mahamadou Issoufou... y para mi sorpresa el presidente de Palestina, Mahmoud Abbas, junto con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu; estos dos líderes de pueblos verdaderamente enfrentados estaban ahí: manifestándose, mostrando al mundo que quizás las diferencias de raza y cultura un día pueden ser enterradas para siempre. Bravo por estos dos.

Espera, un momento... parece que de un día a otro los franceses se han reconciliado con sus fuerzas del orden. Veo una hilera de furgones de la gendarmería que es fuertemente ovacionada, esa gendarmería que estaba bien señalada por la opinión pública hace unos meses cuando mataron al joven francés Remi Fraise.

Atención, el presentador dice que 3,5 millones de franceses de toda raza, cultura y religión han salido a la calle y cantan juntos "La Marsellesa". Parece que los franceses no estaban tan dormidos ni tan fragmentados como se decía. Parece que "Charlie Hebdo" debe de estar orgulloso ahí arriba pese al duro precio que hemos tenido que pagar.

Pero espera, ¡esto si que no lo puedo creer... ¡el papa Francisco va en cabeza de la manifestación de la mano de los principales líderes religiosos judíos y musulmanes. Eso sí que es un gran gesto que simboliza la tolerancia y la fraternidad entre las tres grandes religiones. Qué gran gesto. Cómo ha sabido el papa leer la situación, organizar su agenda puesto que no hay un problema ahora mismo más urgente que este, coger un avión y plantarse en París junto a los demás líderes religiosos.

Ring... ring... me despierto, me llaman por teléfono. Parece que he honrado bien las costumbres de mi país haciendo una pequeña siesta de 10 minutitos. Espero que todo no haya sido un sueño. Navego en Internet y me doy cuenta que me quede dormido justo antes de empezar el penúltimo párrafo. Todo era real, menos que el papa Francisco ha perdido una oportunidad única en un momento histórico. Si Abbas y Netanyahu aterrizaron hoy en Charle de Gaule, el papa no tenía excusa.

Jorge Castaño Castillo,

zamorano en el exilio