Vivimos en paz, cómodos, confiados y aletargados. Desde la segunda mitad del siglo XX, finalizado el cruento capítulo de dos guerras mundiales y el expansionismo soviético que sucedió a la revolución bolchevique del 17, Europa se fue convirtiendo en un estanque dorado, de aguas tranquilas, primaveras con música y otoños sosegados.

Así nos ven desde otras latitudes. En Hispanoamérica sueñan con Miami para los negocios y las inversiones, pero con Europa para su retiro. Europa, dicen por allí, es el lugar ideal para vivir. Hay ciudades con historia, monumentos, museos y arte en todas sus representaciones. Hay buena medicina con cobertura pública. Europa es tranquila y segura. Se puede salir por la calle a cualquier hora del día o de la noche sin que los malandros pongan en riesgo tu vida.

Para los norteamericanos, París, Roma, Berlín, Madrid, Sevilla, el Egeo, son los destinos turísticos o de estudio que representan el largo camino hacia el culmen de la civilización humanística. Los tramos de la historia en la que se encuadran, pero que nunca vivieron. Es el "glamour" que han tratado de reinventar en sus celebraciones neoyorkinas, en Las Vegas o en California.

En Oriente Medio Europa es la "delicatessen" con la que soñar y de la que presumir. La mujer a la que conquistar, la joya que comprar. El "savoir vivre" francés, la comida italiana, la nieve en los Alpes, la City londinense y su mítico al-Andalus en España. Marbella es el Edén, me dijeron en la península arábiga.

Así se percibe a Europa y así se la codicia. Así nos vemos los europeos y estamos tranquilos, seguros de nosotros mismos, de nuestro presente y de nuestro futuro. Solo la economía se percibe como un riesgo y los riesgos económicos son siempre coyunturales, temporales. A pesar de las guerras fratricidas que jalonan nuestra historia, desde el final de la Reconquista no hemos tenido que sentir el temor a que el enemigo de fuera pudiera llegar a las puertas de nuestras casas. Por eso los acontecimientos de Francia de esta semana han supuesto un "shock" de alcance continental. El "modus operandi" de los asesinos, más que de terrorismo es de un acto de guerra. Por eso se ha elevado el rango de alerta en todos los países. No es finalmente la guerra, solo una escaramuza inicial pero a la vez un aviso.

El radicalismo musulmán odia a los Estados Unidos, pero los respeta porque los teme. A Europa no la odia, la ambiciona y aspira a hacerla suya. En "Sumisión" acaba de ficcionarlo Houellebecq. Hay miles de "soldados" ya reclutados entre europeos, musulmanes de segunda o tercera generación. Captados en las mezquitas con las que van regando los territorios y en las redes sociales, entre jóvenes sin mayores expectativas y a los que el Corán se abre como una puerta al compromiso, a la ruptura y al protagonismo para vidas anodinas, cuando no disolutas. La historia no es estática.

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