Europa y el mundo se conmovieron en la mañana del miércoles cuando se tuvo conocimiento de la matanza islamista llevada a cabo en la sede de una publicación satírica de París cuando dos o tres yihadistas dispararon sus armas automáticas contra los periodistas y contra los policías encargados de su custodia tras ser amenazados reiteradamente por haber dado cabida en sus páginas a unas caricaturas de Mahoma. Al grito de "Alá es el más grande" el atentado perpetrado por los terroristas, que consiguieron huir en la confusión producida por los hechos, dejaba un sangriento rastro de doce personas asesinadas.

No es nuevo el terrorismo islámico en Europa y no solo en Francia, sino especialmente en España, con las bombas en los trenes de Madrid que causaron casi 200 muertes en el terrible e inolvidable 11-M, en Inglaterra y en otros países, y no es nuevo tampoco en el mundo, por desgracia, con el 11-S de Nueva York, hace ya trece años, convertido en una declaración de guerra del fanatismo yihadista y su guerra santa contra Occidente, derivado en este tiempo al peligroso movimiento terrorista del llamado Estado Islámico, que desde Irán e Irak va extendiendo sus tentáculos y su cadena de muerte allá donde puede. Y seguramente, con España como uno de sus objetivos, como una quimérica reconquista, lo que hace que desde el Gobierno y desde Interior lleve tiempo reforzándose la seguridad a través de las fuerzas del orden y de los servicios de inteligencia, medidas que tras lo ocurrido en París deberán ser extremadas al máximo. Los franceses se lanzaron a la calle, en la noche del miércoles, a expresar su dolor e indignación ante la barbarie terrorista que, de algún modo, se veía venir en el país vecino. De hecho, la policía investigaba a quienes luego han sido identificados como los asesinos, uno de los cuales se ha entregado, mientras las fuerzas del orden llevaban a cabo varias detenciones inmediatas. La enorme cantidad de población islámica que habita casi todos los países europeos facilita la infiltración yihadista y hace ardua la tarea policial que, a veces, además, se encuentra con normas que no facilitan su trabajo, preocupados los distintos gobiernos de que no paguen justos por pecadores y que los árabes que conviven pacíficamente en los lugares que les han acogido y cuyas nacionalidades ya disfrutan muchos de ellos no se vean estigmatizados ni aislados por la fobia al extranjero que suele ser reacción común a este tipo de bárbaros atentados y que se ha convertido en uno de los estandartes de los partidos de extrema derecha que jalean la xenofobia como una de sus promesas electorales, lo que les ha dado tantos votos que les han convertido en una fuerza política emergente, como en la misma Francia, donde los de Marie Le Pen son ya una opción de futuro a plazo no lejano y con la que habrá que contar.

En España, que tan cruelmente ha sufrido en sus carnes la agresión y la muerte causada por el fanatismo islamista, preocupa la situación, pero quizá el hecho de ser un país de emigrantes, y de seguir siéndolo en los duros tiempos actuales, ha atemperado los sentimientos sobre quienes han venido de fuera, al margen de su condición religiosa, económica y social. Pero no se puede bajar la guardia.