Elegimos ser lo que somos y hacer de nuestro trabajo una forma de vivir. Elegimos defender a España, aun sabiendo lo que podíamos dejar en el camino. Por eso, amigo mío, muchas gracias y hasta siempre. Llevaste el juramento hasta sus últimas consecuencias. Puedes sentirte orgulloso. Nosotros lo estamos. Algún día volveremos a vernos. Mañana, a las seis de la mañana haremos nuevamente el relevo para salir de servicio contentos y orgullosos pues elegimos hacer lo que más queríamos: servir a España. ¡Qué mejor homenaje! D.E.P. Compañero".

Es el sentido y sincero homenaje que los compañeros de Francisco Javier Ortega le dedican al policía nacional de 28 años que murió arrollado por un tren de cercanías, tras ser arrojado a las vías por un hombre al que identificaba en la estación de Embajadores, cerca de Atocha. El agente cumplía con su deber. Fundamentalmente porque el individuo al que trataba de identificar, un marfileño, también de 28 años, era un delincuente que ya había intentado esta acción el pasado mes de octubre con otro agente en la misma estación.

El joven inmigrante no era desde luego un santo ni un bendito. Era un delincuente. Inmigrante, sí, pero delincuente con antecedentes. Capaz de la brutalidad cometida al grito de: "Te voy a tirar a las vías, puto madero". Si eso es todo lo que el marfileño ha aprendido sobre la integración y la convivencia, mal asunto. Ahora, lo verdaderamente indignante es que en el municipio madrileño de Anchuelo, en una cuenta de Twitter, una lumbrera con más odio, más fanatismo y más rencor que los talibanes de Afganistán o los miembros del Estado Islámico, juntos y enteros, haya vinculado la muerte del policía a la "brutal represión policial" a la inmigración subsahariana, pidiendo "ayuda para el pobre magrebí de Atocha". Juzgue usted, querido lector.

Algunos sectores de la población española se están pasando con el asunto de los inmigrantes. Tienden a sacralizarlos mientras demonizan a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Como si estos últimos fueran los malos, muy malos de la película, y los primeros fueran los buenos, buenísimos. Y, de esa forma, se cae fácilmente en el absurdo, en lo irracional e inadmisible. Con ello no quiero estigmatizar a la inmigración, ¡ni mucho menos!, ni a la que huye del hambre, ni a la que lo hace de la guerra, ni a la que lo hace de las injusticias flagrantes en las que malviven. Pero eso no quiere decir que todos los que llegan a España meen santo.

Gracias a la Policía Nacional y a la Guardia Civil nuestra vida es más segura de lo que sería sin ellos. Al igual que sus compañeros, yo también me siento muy orgullosa de un joven de 28 años, llamado Francisco Javier Ortega, de profesión policía nacional. Como me siento orgullosa de todos y cada uno de sus compañeros, de los que sirven a la sociedad en Madrid y fundamentalmente de los que hacen lo propio en Zamora. Por eso quiero que mis palabras sean de homenaje sentido, sincero y lleno de admiración y cariño a la Policía Nacional, a todos los hombres y mujeres que visten su uniforme.