Ha sido la pregunta del millón. La reunión de Urkullu y Mas en Ajuria Enea, con motivo del encuentro disputado por la selecciones del País Vasco y Cataluña, ha dado mucho que hablar y no precisamente en términos políticos. La ironía, la chanza, el sarcasmo, la jocosidad y la guasa han estado a la orden del día. Dos nacionalistas, uno más moderado que el otro, con lengua propia, además de la universal que aprenden en su condición de españoles, se reúnen en plan "jefes de estado", se intercambian regalos y juntos protagonizan la escena del sofá o del sillón, aplicable a todos o casi todos los mandatarios que en el mundo son.

Lógicamente, aquellos que blasonan de las lenguas en las que hablan habitualmente tenían que entenderse de alguna manera. Pero, hete aquí que entre ambos no se vio en ningún momento la figura del traductor o traductora. El euskera y el catalán no tienen nada que ver, son como un huevo y una castaña, o sea, que cualquier parecido, en este caso, ni por coincidencia. Sin embargo, la conversación fue fluida, que no distendida y, claro, en algún idioma se vieron obligados a entenderse.

¡Mecachis! Hasta donde yo sé tuvieron que echar mano de su conocimiento del castellano de Cervantes. Gracias al idioma que a todos los españoles nos es común, pudieron entenderse Urkullu y Mas, sin necesidad del engorro que siempre supone llevar como una rémora, pegada a tu sombra, la figura del traductor. Tanto echar pestes del castellano y al final es el idioma que les permite salvar el tipo dentro y fuera de España. Después del inglés, el español es el idioma más hablado en el mundo, por eso se entiende menos que estos señores y otros cuantos como ellos, despotriquen constantemente de un idioma que nada les ha hecho salvo favorecerles en el mundo.

Resulta incomprensible que en el Senado y en el Congreso deban traducirse, a las lenguas vernáculas que se hablan en España, las peroratas de sus señorías. Como España va tan sumamente bien en todos los aspectos, qué más da si a un iluminado se le ocurrió un día semejante majadería, que ha cundido, y que además supone un gasto absurdo que, de otra manera, podría muy bien revertir entre los más desfavorecidos. La han cogido buena, desde hace algún tiempo, con eso de la lengua, de las "embajadas" y otras gilipolleces por el estilo, y cuando no es al Estado, el dinero se le va a las autonomías. A las que, más que autonomías, son "autonosuyas" y, por ese motivo, despilfarran para hacerse notar en el exterior.

Esfuerzo baldío, porque cuando un empresario catalán en el extranjero acude a la embajada de Cataluña se encuentra con una entidad inoperante, lo que le lleva a llamar ipso facto a las puertas de la legación española.