Tenía el corazón casi reseco de tanto mirarte y sentirme tan distante de las petunias que florecen en tus ojos. Tenía el corazón casi reseco de tanto asombrarme de la muerte de esa figura delicada y niña, que otrora el amor, llevaba en brazos.

Tenía el corazón casi reseco, al pensarte caminante de un camino divergente de mí y de mi destino. Y en la alborada que tú, me penetraste, no sabía si el día había de cumplirse. Ciego de tu sol, nube de mi esperanza, inseguro de ti, yo te perdía. Tenía el corazón casi reseco, de añorarte prendida de mis labios, de saberte como un eco repetido, en la oscura sensación de mi vacío.

Creí que eras agua de la azuda, que nunca vuelve por debajo de mi puente; y que la plata refulgente de tu río, se perdía, allá lejos de mi orilla.

Lloré asido a la roca del olvido. Recosté la ilusión en mi regazo, y meciéndola, transida, quise dormirla.

Como Venus salida de la espuma, tu sonrisa dorada surgió del fondo. Tu mirada dulce, como cierva presurosa, apenas rozó las praderas de mi alma. Y tu palabra cristalina, deidad de mis oídos, hizo lucir la estrella legendaria.

Ella guio mi afán y mi deseo. Y ante el portal mágico de tus sueños, postrado en el hinojo de mi voluntad vencida, te ofrezco la Mirra de mi Esperanza, el Incienso de mi Amor, y el Oro de mi pequeña realidad de Hombre.

Ricardo Prieto (Zamora)