Esta semana escribo desde Nueva York donde el tema del día es la violencia policial pues la gente está justamente indignada con la repetición de casos que cuestan la vida a ciudadanos de raza negra donde los policías, blancos, son siempre exonerados. Las manifestaciones transcurren incongruentemente entre escaparates adornados con motivos navideños de los que escapa el edulcorado sonsonete de jingle bells.

La gente está harta y tiene razón. En Ferguson, Missouri, un policía mató al adolescente Michael Brown, de raza negra, que no iba armado. En Nueva York otro policía ha estrangulado a Eric Garner, también negro, al inmovilizarle en el suelo a pesar de sus quejas de no poder respirar. También ha sido exonerado. Los fiscales dicen que solo pueden actuar cuando tienen pruebas abrumadoras de que se violan los derechos de los detenidos con un uso excesivo de la fuerza, como sin duda ocurrió cuando Albert Louina, negro, fue sodomizado en una comisaría en 1997 con el mango de una escoba (!).

En Cleveland otro policía ha matado a un crío negro de doce años, Tamir Rice, que no obedeció la orden de tirar al suelo la pistola de juguete que llevaba. Los policías de Cleveland tienen fama de ser especialmente brutos pues hace un par de años mataron a dos fugitivos negros que huían en coche y el vehículo recibió nada menos que 137 disparos. El gobernador de Nueva York Andrew Cuomo ha dicho que todos estos casos tienen un efecto "corrosivo" pues minan la confianza de la gente en las fuerzas de seguridad. Tiene mucha razón, sobre todo si uno es negro, entonces la confianza en el sistema cae bajo mínimos. Claro que peor es el informe del Senado americano sobre el uso de la tortura por la CIA durante los años de Bush, asunto sobre el que hay división de opiniones en la sociedad americana.

Lo ocurrido pone de relieve que el problema racial no está superado en los Estados Unidos que tiene, por otra parte, la población más heterogénea e integrada que yo conozco, desde los taxistas que apenas hablan inglés (el último que he cogido era eritreo) hasta los 50 millones de hispanos que serán 130 en 2050, pasando por polacos, irlandeses, italianos, asiáticos de toda laya y los últimos llegados del Este europeo. Sin olvidar a los indios nativos y a los negros, cuya integración ha sido la más dolorosa pues abolir la esclavitud costó una guerra civil. Pero si ya no hay discriminación racial, la segregación sigue muy viva en la vida diaria americana y así lo he constatado durante mis cuatro años como embajador en Washington. Y si las personas no son tratadas igual, como soñaba Martin Luther King, sino discriminadas por su color, lengua o religión, sufren la democracia y la imagen internacional del país, como le ocurrirá a Israel si sigue adelante con la barbaridad de reservar los derechos nacionales solo a los judíos.

Obama es hijo de padre negro y madre blanca, es técnicamente un mulato en cuyo libro "Dreams of my father" describe su atormentada búsqueda de identidad como adolescente. Finalmente decidió ser negro y aunque los demás negros del país no le vean como uno de ellos "pues habla como un blanco" (no en vano se educó en Harvard), esperaban que hiciera de la raza un motivo cardinal de su presidencia. No ha ocurrido porque Obama siempre ha pensado que la raza divide y él no quiere dividir sino unir. En el discurso que le dio a conocer en la Convención Demócrata de 2004 dijo que "no hay una América negra y una América blanca" y el tema racial estuvo totalmente ausente de su campaña presidencial en 2008. Seis años más tarde los negros están decepcionados y una encuesta de Pew dice que solo el 40% apoya la forma en que maneja los problemas raciales. Echan de menos que su presidente no salga ahora a la calle y se una a los manifestantes con un discurso que levante la bandera de la integración racial y deje un legado duradero de su paso por la Casa Blanca.

Con esto de la violencia policial en los EE UU se me ocurre que al menos hay tres problemas y hay que enfrentarlos los tres para solucionarlo: el primero es la segregación racial, el segundo el exceso de armas que circulan sin control y el tercero la militarización de la policía. El primero solo terminará con la elevación del nivel cultural y educativo de las minorías marginadas y por eso hay quien afirma que sería mejor haber gastado en educación y empleo los tres billones de dólares despilfarrados en Irak. Sobre el exceso de armas todo está ya dicho: 9 de cada 10 americanos las tiene en su casa o las lleva en el bolso o en la guantera del coche y los policías tienen miedo y sobre-reaccionan. Pero ningún presidente ha podido con ese derecho constitucional que defiende la todopoderosa Asociación del Rifle. El tercero es la militarización de la policía, entrenada por Bush para la guerra contra el terror y que ha recibido armas sobrantes de los ejércitos regresados de Irak que no son apropiadas para cuestiones de orden público, pues ni los policías son soldados ni los manifestantes son enemigos.

Pero por mucho escándalo que perciba en las calles de Nueva York y en mis conversaciones con amigos de esta ciudad, no creo que las cosas vayan a cambiar mucho en el corto plazo.