Después de transcurridas unas semanas tras la celebración fraudulenta de la consulta catalana del 9N, parece que ya hemos ganado la perspectiva necesaria para formarnos un juicio cabal y ponderado de lo ocurrido.

Lo primero que salta a la vista es que los secesionistas, lejos de arrastrar a la mayoría de los convocados (más de seis millones, incluyendo menores de edad y extranjeros), han tenido que soportar que cuatro millones de ciudadanos rechacen su proyecto. Este hecho, por sí solo, es tan elocuente que basta para deslegitimar en lo sucesivo toda pretensión de los nacionalistas de hablar en nombre del pueblo de Cataluña.

Pero es que el apoyo de dos millones de personas conseguido para la independencia no puede considerarse ni mucho menos espontáneo, porque, como muy bien afirma en un reciente artículo, es la cosecha recogida tras más de tres décadas de adoctrinamiento de los niños y jóvenes catalanes en un sistema educativo secuestrado por la ideología independentista, que les inculca incansablemente un malsano e injustificado rencor contra España.

Ya lo dijo Marx: las ideas de una sociedad no son otra cosa que la ideología de su clase dominante. Y en Cataluña (como en otras comunidades, por desgracia) la clase dominante la constituyen los nacionalistas, que se sirven del sistema educativo para imponer su ideología a cada nueva generación. Es un verdadero milagro que en tales condiciones aún exista un país llamado España.

Y no lo es menos que los partidos de izquierda, iluminados en tantos puntos por la obra de Marx, hayan olvidado precisamente la tesis mencionada, que es, bien asimilada y aplicada pertinentemente, la que más podría alejarles de caer en el error imperdonable en el que están enfangados desde hace tanto tiempo que ya he perdido hasta la cuenta.

Porque la innegable simpatía de la izquierda española por los secesionistas, ya sean vascos, o catalanes, desaparecería en el acto si, recordando a Marx, cayera en la cuenta de que al apoyarlos o mostrar benevolencia con ellos se está haciendo cómplice de las poderosas burguesías vasca y catalana, que son las que los impulsan con el único propósito de obtener ventajas económicas a través de una hipotética independencia.

¿O es que no ven en la izquierda que si los burgueses catalanes y vascos creyeran que iban a perder dinero con la independencia no se les ocurriría hablar de ella?

Por cierto, que esta es la causa de que el independentismo tenga tan escasa fuerza en Galicia: la falta de una rentabilidad económica clara y suficiente.

Para los separatistas el cuarteamiento de nuestro país es solo un negocio; un monumental negocio del que prometen arrojar algunas migajas al pueblo (después de la independencia habría que ver si lo hacían) para hacer ver a este lo sustancioso del cambio y para así convertirlo en su cómplice y en la coartada de tan demencial aventura.

Y mientras tanto, seguimos teniendo una izquierda que interpreta bobaliconamente que apoyar a los depredadores secesionistas es cumplir con el sagrado deber moral de ayudar a los pueblos oprimidos; una izquierda tan intelectualmente desarmada, tan de brocha gorda, tan ridícula e infantil, que equipara la simpatía por la "causa catalana" con la simpatía por la causa palestina o la saharaui.

Y por si fuera poco, ahora llega Podemos enarbolando heroicamente el estandarte de lo que llaman "derecho a decidir de los pueblos". Y al hacerlo, el nuevo partido se revela infectado por ese viejo vicio de la izquierda consistente en el miedo a defender a España, a proclamarse, sin vergüenza y con firmeza, española y patriótica.

¿Es que la izquierda no ve que la secesión de Cataluña hundiría en una miseria tercermundista a la clase trabajadora? ¿Acaso le parece a la cúpula de Podemos que la unidad de España perjudica a los estudiantes, parados, precarios, pensionistas o desahuciados? Es evidente que no se lo puede parecer, porque quienes más caro iban a pagar la independencia catalana iban a ser las clases sociales más vulnerables, como siempre que corren malos tiempos para un país.

Entonces, ¿por qué coquetean con el separatismo y su manido derecho a decidir? La respuesta en bien fácil: para arrebañar votos en las comunidades autónomas con fuerte implantación secesionista.

No me parece muy digno rebajarse a vender (aunque sea solo de labios para fuera, como prefiero creer) a tu país por unos cochinos votos. Y al ciudadano siempre le quedará la legítima duda sobre los principios de un partido que lo sacrifica todo, hasta la unidad de España, a la consecución de votos y del poder.