Me apasiona el mundo de los niños. Y me gusta escuchar a los adolescentes porque en sus conversaciones siempre se aprende algo nuevo y positivo. Los niños y los adolescentes no son esos locos bajitos que no tienen ni pajolera idea de la vida y de su papel en ese contexto vital. A los niños y a los adolescentes hay que tomárselos en serio. Porque, salvo esas excepciones dolorosas que siempre confirman la regla, los niños y los adolescentes son personas con opinión, son seres humanos con criterio y carácter, que saben discernir, que conocen lo que está bien y lo que está mal. Nos sorprenderíamos agradablemente si escuchásemos más a niños y adolescentes. Ya lo decía Séneca: "Escuchad aun a los niños, porque nada es despreciable en ellos".

Gracias al Foro del periódico he tenido la oportunidad de conocer y compartir la palabra y el criterio con cuatro críos encantadores: Miguel Centeno, Sofía Criado, Laura Juan y José Aguirre, Pepe, a quien hace algún tiempo, a fuerza de escucharlo, aprendí a querer, como ya quiero a los otros tres. Ellos fueron los protagonistas indiscutibles, en la víspera del Día Universal de los Derechos del Niño, del debate que condujo Laura Pérez Asensio. Se conocen sus derechos al dedillo.

Al final, y después de un debate que mantuvo la atención del público hasta el final, creo que fue Miguel quien, con el consenso del resto de sus compañeros, pidió, para finalizar, algo de vital importancia, sobre todo a los padres: "Que nos sepan escuchar. Que nos escuchen". Ellos son conscientes de que escuchar es el primer paso para el diálogo. Ellos lo practican porque saben que escuchar a los demás es fundamental para crecer como personas, como seres humanos. Los cuatro practican el arte del saber escuchar pero echan de menos la falta de práctica en la escucha, por parte de los mayores. Laura, Sara, Pepe y Miguel saben que escuchar es una prueba de respeto y practican con el ejemplo pero no se sienten correspondidos. De ser así es una pena, porque los cuatro impartieron una lección magistral que bien nos podemos aplicar los adultos.

Hay una diferencia notable entre oír y escuchar. Escuchar es prestar atención. Sin embargo se puede oír sin prestar atención, como el que oye llover. Ellos, que han aprendido a escuchar, no piden ser oídos, piden ser escuchados a través de la atención que requieren sus reivindicaciones, sus propuestas, sus criterios y opiniones. Es a los mayores, sobre todo a los padres a quienes corresponde ejercitarse en esa sutil habilidad. Escuchar es el fundamento de toda relación humana y los niños nos piden lo que debería ser una exigencia para los adultos, que aprendamos a escucharlos, que los escuchemos con atención porque también es una prueba de respeto de los mayores hacia todos ellos. Pongamos en práctica con los niños y adolescentes el valor de saber escuchar.