Hace una docena de años, el derribo de las aceñas de Cabañales sacudió a la opinión pública zamorana, justo cuando parecía ya concienciada en el respeto por la conservación del patrimonio. Los ciudadanos asistieron atónitos a cómo cuatro edificios anteriores al siglo XVI caían bajo la piqueta en los inicios de una obra municipal cuyo destino era, teóricamente, la rehabilitación de los mismos. Aquella polémica, que generó recogida ciudadana de firmas y la presentación de denuncia judicial, concluyó con el archivo de las diligencias y un expediente administrativo de mínimos.

Comenzó entonces una reconstrucción de los molinos desde los cimientos, lo único que se conservaba prácticamente del original, tal y como reconoció el entonces teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora, Ángel Macías. La actuación se enmarcaba dentro de un proyecto de rehabilitación de la margen izquierda, con fondos europeos, naturalmente, a través de la Sociedad Estatal Aguas del Duero, dependiente de la Confederación Hidrográfica y contaba con una inversión de 5,9 millones de euros de los cuales dos fueron a parar directamente a la obra de edificación.

El objeto era recuperar los antiguos molinos, que se habían conservado enteros hasta pocos años antes y que hasta la década de los 40 del pasado siglo XX tuvieron actividad real de molienda entre los agricultores de la zona. El Ayuntamiento invirtió, primero, 72.000 euros en la expropiación del conjunto de cuatro edificios más las islas del Duero a las que se extendía la intervención de recuperación. Después llegaron las obras y en 2003 se inauguró el Centro de Interpretación de la Naturaleza, otro más al que ligar el teórico desarrollo del turismo fluvial, en el que no se había escatimado detalle. Incluso se preveían las posibles crecidas del río con la habilitación de una pasarela en las plantas superiores. El dinero invertido se hizo notar en el día de la inauguración y poco más. La falta de contenido, y por tanto de atractivo, hizo que las instalaciones, de nueva factura e imitando a la desaparecida arquitectura original, tuvieran que cerrar sus puertas solo un año más tarde. Posteriormente, los molinos han albergado, ocasionalmente, alguna exposición y en una de las aceñas, habilitada como restaurante, sobrevivió durante algún tiempo un negocio hostelero.

Hoy, todas esas instalaciones permanecen en el olvido más absoluto. El material gráfico mostrado desde este diario el pasado martes evidencia no solo el desprecio de lo público por parte de los vándalos que ahora han hecho de ellas su morada, sino una auténtica desidia por parte de las autoridades competentes, en este caso, el Ayuntamiento de Zamora. Las aceñas de Cabañales han pasado de simbolizar el rico pasado de Zamora por la actividad industrial ligada al Duero a sumar una muesca más en la interminable sucesión de inversiones cortoplacistas que solo han conseguido lastrar las arcas municipales zamoranas. Las crecidas del río durante el decenio transcurrido desde su reconstrucción han obligado a inyectar más dinero. La riada de 2010, por ejemplo, pasó una factura de 57.000 euros.

Resulta grotesco que en la zona exista un gran cartel con el que se intenta disuadir a los asaltantes en el que se anuncia una videovigilancia que en la práctica no existe. Aseguran los responsables municipales que las obras de restauración llevadas a cabo, de nuevo, en la margen izquierda, han impedido el funcionamiento de las cámaras. No han aclarado, sin embargo, dónde estaban colocadas y quién las vigilaba. Según la versión ofrecida por los vecinos, dicha misión no debía corresponder a la Policía Municipal a quien dicen haber alertado en diversas ocasiones sobre la presencia de gamberros en el interior de los edificios, sin que se haya producido ninguna intervención capaz de evitar lo que aparece en las fotos: desperdicios, conatos de incendio, pintadas, cables destrozados, ni un solo cuadro eléctrico en funcionamiento, vallas arrancadas y tiradas en el interior de unos edificios de coste millonario. Si durante un periodo de actividad constante, como las obras que menciona el portavoz municipal, la vigilancia ha bajado tanto la guardia, qué no ocurrirá cuando el lugar quede a solas.

Resulta evidente que hay una parte de la población que aún no ha entendido el concepto de lo público y que estas actitudes deben ser castigadas con la ley en la mano, porque la factura la pagamos también entre todos. Pero lo que ha fallado en las aceñas de Cabañales trasciende mucho más allá de lo que atañe a la vigilancia municipal: la ausencia de un proyecto realista que diera uso a los edificios ha abierto las puertas de par en par a los vándalos.

Viendo el estado en que se encuentran los molinos resulta todavía más difícil de interpretar que el conjunto aún cuente en la nómina de proyectos del Ayuntamiento. Sin embargo, así es, como si los más de seis millones que ya van invertidos en la zona pareciera insuficiente, la adecuación de las aceñas volvió a ser incluida en la última actuación sobre la margen izquierda del río, el pasado año, aunque a la vista está que dicha actuación se quedó sobre el papel. Diez meses atrás el Ayuntamiento todavía adjudicó trabajos por valor de 26.000 euros para acondicionar un aparcamiento. El Gobierno municipal arrastra desde hace dos años la idea de relanzar, al menos, el edificio habilitado para establecimiento hostelero, sacándolo a concurso. Pero eso requerirá, de nuevo, inversión, para recuperar lo que se ha perdido por culpa de la ausencia de gestión y por una deficiente vigilancia.

Cabañales es un ejemplo, aunque, desgraciadamente, tanto la ciudad como la provincia albergan más casos similares. El mismo martes, el periódico daba cuenta de otra instalación, un centro social de los que también abundaron en esa misma época del dinero fácil, esta vez en Cerecinos de Campos. En los diez años transcurridos desde su construcción, el edificio ha sufrido tal deterioro que ya requiere arreglos por más de 94.000 euros.

Las instalaciones públicas no pueden convertirse en un pozo sin fondo en el que enterrar continuamente partidas destinadas a su, a menudo, caro mantenimiento. Cuando se dice que los responsables de las instituciones deben responder ante los ciudadanos de cómo se gasta el dinero público, en el concepto deben ir incluidos tanto la inversión inicial como los costes de mantenimiento con una adecuada evaluación de la calidad de los trabajos realizados. De lo contrario, superados los tiempos de dispendio en los que, efectivamente, las administraciones gastaban el dinero por encima de las posibilidades de los ciudadanos, lo que tendremos es la gestión de un montón de escombros pagados a precio de oro, algo que no nos podemos permitir.