Un mundo confuso, aturdido, desorientado. Cuando aquella primavera árabe hace años tan celebrada, encomiada por muchos, deriva hoy en un verano del que nadie se atreve a aventurar un final -más o menos- pero siempre trágico... muere Robin Williams.

El actor que nos hizo reír, soñar, pensar, sentir, emocionarnos ante la pantalla como muy pocos, decide suicidarse.

¿Por qué? Pero..., ¿es que acaso tenemos derecho a preguntárselo?

"¡Oh, capitán, mi capitán!". "Buenos días Vietnam!".

El psicólogo. O el profesor de "Aprovecha la vida a tope; no olvides que nuestro destino es servir de alimento para gusanos". La película de aquel profesor que todos hubiéramos querido tener, que uno no se cansa de ver y nos provoca tantas emociones.

Frases que forman parte de la historia del cine. De nuestra historia reciente.

Y sus personajes. Hilarantes, humanos, tragicómicos.

Popeye, Mrs. Doubtfire, el psiquiatra que le aconseja al paciente: "no te curarás hasta que dejes de creerte el centro del Universo".

Muere, en fin, el hombre que nos ayudó a creer que una vida mejor es posible aquí abajo. A pesar de este verano infernal en el que, ademas, decide dejarnos. Incluso si en una de sus entrevistas llegara a afirmar: "la droga es la única forma de escapar a cuanto nos rodea". Gracias, Robin Williams. Actor y ser cargado de humanidad. Protagonista de la medicina que puede salvarnos de tanto desastre: ese sentido del humor inteligente, tan escaso en estos tiempos desolados con el que disfrutamos en cada una de sus películas; optimismo que el mundo necesita y que tú, David Williams, nos regalaste brillantemente.

Pero... "The show must go on". El espectáculo debe continuar.

Ahora, tristemente, sin sus inigualables sonreír y hacernos sonreír. ¡Oh, capitán, mi capitán!

Jesús Pertejo

(Madrid)