En la Alhóndiga de Zamora puede verse una exposición de pintura única en su género: el pintor zamorano Laudelino Díaz Pino nos sorprende y aguijonea con unos cuadros en los que aparece al desnudo un África doliente. No se trata solo de una denuncia, sino de un grito contra la barbarie de una situación extrema, en la que los africanos son los grandes perdedores. Pino sabe muy bien que la hambruna que padecen muchos africanos no es la consecuencia de una fatalidad, sino el resultado de un orden internacional injusto que se nutre de la miseria de la mayoría para que perdure la sobreabundancia de unos pocos, los que vivimos en el primer mundo de la opulencia y del despilfarro. Incluso en medio de una crisis galopante.

La primera paradoja que he visto en estos cuadros es que exista tanto dolor y muerte en un continente que tiene tantísimo apego a la vida. El africano lleva dentro de sí el gozo de vivir y lo celebra desde que nace hasta que muere. En ningún continente se ríe tanto y se danza con tanto alborozo. Los africanos llevaron también sus cantos junto con los grilletes que les colocaron para transportarlos como esclavos a América. De sus lamentos en las plantaciones de algodón brotaron los negros espirituales, precedentes del gospel, del blues, del jazz y del rock.

La segunda paradoja es que África es un continente inmensamente rico. Con los recursos que posee (petróleo, gas natural, minerales, pesca, tierras fértiles, agua en abundancia) podrían vivir sin agobios sus más de mil cien millones de habitantes. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué tantos africanos se ven forzados a subirse a unas frágiles pateras y endebles cayucos -y jugarse la vida en el intento- para alcanzar las que ellos consideran costas europeas del bienestar?

Hay dos razones que se alían de forma endiablada e inmisericorde: por una parte, la depredación sistemática de las grandes potencias, que han relegado al continente negro a suministrador neto de materias primas para fomentar el desarrollo industrial y tecnológico del norte; por otra, el mal gobierno de unos dirigentes políticos, incluso quienes han camuflado los entorchados militares con la vitola democrática, que han acaparado cuantiosas fortunas en connivencia vergonzante con los explotadores. Muchas de las numerosas guerras africanas, que por comodidad, ignorancia o falta de respeto solemos calificar de tribales, son el corolario de esta alianza oprobiosa.

El artista Pino nos muestra con trazos vigorosos la realidad de un drama que no nos debe dejar indiferentes. A él le golpeó con fuerza esta tragedia y nos la devuelve por medio del arte para que nadie siga mirando para otro lado, porque a la postre estos africanos no solo son nuestros antepasados biológicos, sino que también forman parte del mundo en que vivimos en la actualidad. La explotación y la falta de escrúpulos de quienes únicamente creen en la cuenta de resultados no favorece romper de una vez por todas el cerco de la desigualdad y de la injusticia a escala planetaria. Bueno es empezar a entender que hay que hacerlo, si no por piedad, compasión o justicia, para garantizar nuestra propia supervivencia. Un mundo tan desigual, en el que el 20 por ciento de la población acapara y usufructúa el 80 por ciento de los recursos de la tierra, es éticamente reprobable y, además, a medio plazo inviable.