He conocido y conozco a infinidad de personas, algunas de ellas zamoranas, que haciendo gala de una generosidad y de una solidaridad admirables, emplean sus vacaciones de verano en viajar a países en vías de desarrollo o del Tercer Mundo como gustamos decir, dedicando sus conocimientos, su tiempo, su trabajo y su dinero a los más necesitados, sobre todo en continentes como África y América Latina. Me parecen personas ejemplares, dignas de admiración y de encomio. Hay otras muchas que dedican no un mes al año, sino toda su vida a ayudar a los parias y excluidos de esos continentes a los que llevan no solo el pan del cuerpo, también el pan del alma y las medicinas, y la educación y todo cuanto necesitan para ayudarles a progresar, a ser personas, libres e independientes.

Esas personas son los misioneros y misioneras. Más de trece mil tiene repartidos España por todo el mundo, cuántos de ellos con apellidos zamoranos. Hombres y mujeres de bien cuya entrega es tan generosa que muchas veces han dejado la vida en prenda y casi siempre la salud. Cuando los demás abandonan, entiéndase por tales el personal de las ONG y Agencias para el Desarrollo, los misioneros permanecen, aunque les vaya la vida en ello, sucumbiendo a las balas, los machetes y la enfermedad.

La guerra del ébola, tan cruel y mortífera como aquella que mantuvieron hutus y tutsis, y que tantas vidas se está cobrando en tan poco tiempo, también ataca de lleno a los misioneros como ha ocurrido con el sacerdote de 75 años, Miguel Pajares, hermano de San Juan de Dios, una Orden a la que dentro y fuera de España se le debe tanto. El padre Pajares debe constituir un referente de lo que muchos españoles son capaces de hacer en unos países que sin la presencia de los misioneros tendrían aún peor futuro. Por eso me duele, que cuando el ébola ha penetrado en el cuerpo cansado y doliente del sacerdote, algunos españoles, afortunadamente pocos, hayan cuestionado su evacuación, su repatriación a España, que se ha hecho atendiendo todos los protocolos de seguridad habidos y por haber. Me da más miedo que el ébola entre o pueda entrar a España por puertos y aeropuertos, por fronteras terrestres, que el que viaja o puede viajar en el interior de este sacerdote manchego, con posibilidades ínfimas de contagio. Sin embargo se han oído voces despiadadas. Algunas de ellas de representantes de la Sanidad, como la de ese portavoz de un sindicato enfermero español que intentó con sus palabras meternos el miedo en el cuerpo.

¡Cuánta ingratitud! Cobren o no cobren el servicio a la Orden, el Gobierno de España ha hecho muy bien en repatriar al sacerdote. Como hace bien en tratar de liberar a médicos y enfermeras españoles cuando son secuestrados por facciones terroristas en países del orbe islamista.