Me entra una tristeza enorme cuando veo esas desgarradoras escenas de muerte y destrucción en Gaza, barrios enteros en ruinas, más de un millar y medio de muertos enterrados entre los escombros -donde puede haber supervivientes que agonizan entre el polvo- el aterrador porcentaje de niños entre las víctimas (20%) y los doscientos mil desplazados en busca de seguridad sin saber dónde encontrarla pues hasta los hospitales, las mezquitas y las escuelas de la ONU han sufrido bombardeos. Me imagino la Franja de Gaza, de extensión similar a media Menorca, como un gigantesco escenario de una de esas películas apocalípticas que pretenden representar el mundo tras una conflagración nuclear con famélicos y aterrorizados supervivientes vagando sin rumbo fijo entre sombras y humo. Pero esto no es ficción, es la trágica realidad diaria para millón y medio de seres humanos que han nacido o viven en el lugar equivocado de donde no pueden escapar y donde ahora tampoco tienen agua ni luz. Ante tanta tragedia me parece obscena la afirmación del embajador israelí en Washington de que Israel merece el Premio Nobel de la Paz por la contención de que hace gala en Gaza. Si yo fuera ministro de Asuntos Exteriores le destituiría hoy mismo..., pero su ministro es Avidor Lieberman que piensa como él y eso es parte del problema.

Naturalmente que Israel no hace esto por maldad, lo hace en legítima defensa porque desde Gaza le disparan cohetes y la protección de sus ciudadanos es el primer deber de un Estado que se precie, sin que sirva de excusa el carácter artesanal de los misiles, su nula puntería, el que apenas causen víctimas (pero sí alarma social), o el que el eficaz escudo protector israelí antimisiles los destruya casi todos antes de que impacten contra el suelo. Israel tiene derecho a defenderse de estos ataques y hay que comprender que ante su repetición día tras día llega un momento en que uno se cansa y responde con contundencia. Pero hay límites y se han sobrepasado. La diferencia en potencial bélico entre Israel y Hamás es la que puede haber en musculatura entre un adulto y un crío, con la diferencia de que un crío no sabe lo que hace y Hamás lo sabe muy bien. Por eso puede merecer un buen bofetón y si el chiquillo se esconde entre otros, cabe que el tortazo golpee también a quien tenga cerca, lo que no es de recibo es enviar al cementerio a toda la guardería. Por eso Israel ganará la guerra militar mientras su imagen y su legitimidad internacional se erosionan cada vez más.

Israel tiene derecho a defenderse pero debe hacerlo guardando las proporciones. Este es un primer problema. Pero hay otro que es previo. ¿Por qué tiran los gazatíes misiles a los israelíes? ¿Están locos, son unos vecinos indeseables o hay alguna razón que lo explica? No exculpo que se lancen cohetes contra civiles indefensos porque no es aceptable, pero hay una razón que lo explica y se llama ocupación. Los gazatíes no tirarían misiles si no vivieran confinados en un gueto sin esperanza, donde no pueden viajar, importar o exportar y donde cada día se radicalizan más.

Desde que en 1967 Israel ocupó Cisjordania y Gaza se ha quedado con sus mejores tierras (política de asentamientos) y ha convertido a los palestinos en ciudadanos de segunda clase sin derechos políticos, prisioneros en su propia tierra. No es extraño que se radicalicen. Pero también los israelíes se radicalizan porque tienen miedo. Algo muy malo pasa en Israel cuando el 90% de los israelíes apoyan lo que su ejército hace en Gaza. Ambos violan las leyes internacionales mientras la ocupación les destruye y envilece moralmente y es una bomba de relojería que compromete el propio futuro de Israel como estado judío y democrático. La única solución es negociar una salida aceptable para todos. Los israelíes más lúcidos lo saben aunque algunos desean resolver el problema expulsando a los palestinos hacia Jordania, de manera similar a como Hamás, que no reconoce la misma existencia de Israel, pretende echar a los judíos al mar. Se imponen los extremistas de ambos lados (la actual ofensiva israelí impide toda posibilidad de negociación al acabar con el Gobierno palestino de Unidad Nacional entre Fatah y Hamás), la violencia aumenta su número y así es imposible entenderse porque matar o deportar como hacía Gengis Khan en sus buenos tiempos ya no es una opción válida. Hoy hay que ofrecer una alternativa al miedo de unos y a la desesperación de otros y esa alternativa es el estado palestino acompañado de sólidas garantías de seguridad para Israel (que solo los Estados Unidos pueden dar).

Hasta que eso ocurra cualquier arreglo será puramente temporal en espera del siguiente estallido de odio. Desde hace cinco mil años en Israel/Palestina han dominado unos u otros sin convivir nunca. Pero ¿hasta cuándo? Napoleón solía decir que con las bayonetas se puede hacer todo... salvo sentarse encima. De los palestinos se dice que no desperdician ocasión de equivocarse y de Israel se podría concluir que tiene buenos tácticos, pero malos estrategas porque no tiene un plan para salir del actual ciclo de violencia. Tras la actual operación militar hay otros mil quinientos gazatíes muertos, pero el odio hacia Israel se ha multiplicado en millares de jóvenes que un día también tirarán cohetes.