Es positivo que el encuentro de Rajoy y Mas haya cerrado la etapa de los maximalismos y abierto la del diálogo, tal como ha trascendido. Sin dejar de ratificarse en las respectivas posturas, convinieron el clima propicio para seguir hablando, presumiblemente con una hoja de ruta no subordinada a las vacaciones ni en expectativa de lo que traiga la "diada" de septiembre. Los criterios centrales son por ahora inamovibles: consulta nacionalista en la parte catalana, y recuperación económica en la estatal. Sería ilusorio esperar algo más de las dos horas de conversación que han roto la distancia de casi un año. La excesiva pérdida de tiempo aún puede redimirse con la voluntad de priorizar la negociación sobre bases de acercamiento, si es sincero el propósito de no sobrepasar los marcos legales y constitucionales.

Artur Mas ya tiene sobre la mesa el unánime rechazo de la opción separatista por todos los países de los que quisiera seguir formando parte. Los esfuerzos en la consecución de apoyos han sido tan extenuantes como baldíos, y a estas horas dispone de todos los datos sobre la marginalidad en que el pueblo catalán habría de moverse disgregado del Estado español, cuya unidad resulta imprescindible en el marco europeo y en la relación de Europa con las demás áreas desarrolladas de la Tierra. La integración es la filosofía fundamental del discurso socioeconómico y con mayor causa en la resbaladiza frontera de una nueva guerra fría que, por los síntomas prebélicos agregados día tras día, amenaza con degenerar en conflictos más que locales. La opinión de mayoría en el Parlament puede cambiar con el desplazamiento de los votos de CiU, y con él los de la calle.

Mariano Rajoy sabe perfectamente que no puede abusar de la posición dominante que le da el respaldo internacional, porque el problema interno español es primordialmente el suyo propio. Fijadas una vez más las líneas rojas compartidas por la gran mayoría de los españoles y, entre ellos, un conjunto importantísimo de ciudadanos, empresarios e intelectuales catalanes, lo que toca es reducir diferencias hasta el límite de lo posible, sin enrocarse en la intransigencia. Tiene a su favor el margen de maniobra más dilatado, porque los posibles agravios comparativos en el interior del Estado serían mucho menos onerosos, política e históricamnte hablando, que la separación catalana, consumada o interminablemente latente después de las urnas de noviembre si violentan la ley y la razón. Hablar hasta el agotamiento sin más interdicción que la constitucional es deber político y moral que exige plena predisposición a una cuota generosa de sacrificio personal y partidista. El evidente desgaste de Mas y de CiU en su comunidad tan solo abona el peor de los horizontes. Es preciso actuar retrospectivamente sobre todos los desencuentros que han precipitado un separatismo demoledor para Cataluña y para España. Desistir del recurso contra el Estatut sería un primer paso esperanzador.