Todos los días los medios de comunicación nos hacen llegar noticias, algunas de amplio calado y repercusión, que no siempre acertamos a distinguirlas de las otras, de las del montón, porque las más de las veces no ponemos la suficiente atención para separar el grano de la paja. Otras veces, cuando queremos caer en la cuenta ya han pasado dos o tres días y resulta que la noticia ya no es noticia, porque alguien se ha encargado de generar otra más interesante. Y es que todo va a tal velocidad que a poco que te descuides las cosas que suceden pasan inmediatamente al olvido. Pero lo cierto es que, las más de las veces, no llegamos a cogerlas por mera comodidad nuestra, porque esperamos que algún analista nos las subraye con pelos y señales, sin reparar en que a ese alguien le puedan mover otros móviles distintos a los nuestros. Y claro, así pasa lo que pasa, que no somos lo suficientemente conscientes de que suceden cosas que nos afectan directamente y que nos están costando un potosí.

Sin ir más lejos, hace unos días deberíamos habernos enterado de que, cada uno de nosotros, le hemos dado a Catalunya Banc -de soltera Catalunya Caixa- la friolera de 266 euros, resultado de dividir los 13.000 millones que le insufló el Estado en su día (al que habría que descontar los 1.000 millones que ha pagado el BBVA por quedarse con dicho banco) entre los 45 millones de españoles. Pero claro, como la noticia hablaba de la compra y de la puja del BBVA frente a otros candidatos, y de las violetas imperiales de Luis Mariano, casi se nos pasa. Apenas si caímos en la cuenta de que de nuestra exigua cuenta corriente habían salido esos 266 euros (o la parte alícuota que a cada uno nos haya podido corresponder). Y es que cuando se trata de las cosas del Estado parece como que la cosa no va con nosotros, como que no es nada nuestro, como que lo que es de todos no es de nadie, ¡vamos, como que da igual!

De manera que, aunque me ha costado lo mío, al final me he acostumbrado a leer las noticias con un boli y una calculadora a mano y, cada vez que detecto algún gasto o inversión que se refiera al Estado -como quiera que va a salir en parte de mis impuestos- comienzo a temblar y a hacer números, como un poseso, para comprobar con cuánto he contribuido, en especial con esos asuntos con los que no estoy de acuerdo, con los que me parece que se está tirando el dinero por la ventana. Hay veces que estando relajado en la cama me acuerdo de algo que he visto por la tele y salto precipitadamente a apuntarlo antes que se me olvide. De manera que me traigo un trajín con estos apuntes que para otros quisiera.

En estos últimos años, solo con el pastón inyectado para tapar los agujeros (yo diría que cráteres) de las Cajas de Ahorro, el Estado ya me ha levantado un montón de euros. Con la pasta regalada a los excelsos chorizos que han participado en el "affaire" de los ERE, me han sacado otro monto nada desdeñable. De lo que se han llevado los adorables próceres de la trama Gürtel otro tanto. A todo esto hay que añadir otras contribuciones tales como las indemnizaciones y pensiones a los ejemplares administradores de las cajas que gracias a su brillante gestión las han hecho desaparecer llevándolas a la bancarrota. Y como no quiero olvidarme de nada, en un cuaderno aparte voy apuntando los euros que he puesto, sin querer, para la construcción de aeropuertos sin aviones, y de autopistas sin automóviles, y de edificios faraónicos sin contenido. En mis cálculos, mi contribución ya anda por varios miles de euros.

Son tantos los apuntes que voy tomando del dinero que me va detrayendo el Estado para este tipo de "obras físicas, sociales y mediopensionistas", de las que a los contribuyentes no nos llega ningún provecho, que estoy llegando a perder la cuenta, y también la fe de que algún día lleguen a devolvérmelo, como llegó a insinuar en su día el ministro del ramo.

Son tantos los nuevos apuntes que van surgiendo con el paso de los días, que llevar un estricto control ya excede de mis conocimientos de contabilidad, de manera que me estoy planteando la posibilidad de contratar los servicios de algún profesional de la cosa para que me vaya poniendo las cuentas al día, porque me niego a creer que ese dinero se haya perdido para siempre. Y aunque así fuera, soy de la opinión que cuando se tiene una obsesión hay que desarrollarla, más que nada para que no se pierda en el olvido.