Fue Felipe González quien acuñó la gozosa expresión de «jarrones chinos» para referirse a la situación en que quedan los expresidentes del Gobierno tras pasar a la reserva política. Valiosas porcelanas aunque seguramente inútiles que, sin embargo, nadie acierta en qué lugar de la casa colocar sin que hagan daño a la vista. En semejante tesitura se encuentra Mariano Rajoy: no sabe dónde instalar el jarrón de Aznar sin que suponga un estorbo.

Cuando Fraga dejó el PP en manos de Aznar, el político que procedía de la política doméstica de Castilla y León apostó por una refundación del partido. Había que alejarse de los planteamientos más conservadores del fraguismo y apostar por la modernización del PP, para situar en el terreno de juego político a un partido más acorde con los nuevos tiempos. Años después a Aznar le llegó su hora y propició un cambio en la cúpula popular, con un sustituto a dedo. El actual presidente de honor del partido designó a Mariano Rajoy como su sucesor y el PP entró en una nueva época. Ocurre que Rajoy fue derrotado por Zapatero en las urnas y el delfín de Aznar comenzó a sufrir desaires procedentes de la vieja guardia de su partido, de los sectores más fieles a Aznar, que empezaron a cuestionar su liderazgo. Lejos de amilanarse, Rajoy tomó la decisión de encabezar una nueva refundación del PP, rodeándose de una nueva generación de políticos e iniciando la poda del aznarismo.

Piano piano, en tono silente, al gallego modo, Rajoy comenzó a desprenderse de los elementos más ultramontanos de la herencia recibida. Empezando por el más montaraz de todos, Francisco Álvarez-Cascos, que ideó, a su imagen y semejanza, su propio partido en Asturias. Fueron despareciendo de la escena Rato, Acebes, Zaplana, Mayor Oreja? Desde entonces, los desencuentros entre el expresidente del Gobierno popular y el actual jefe del Ejecutivo han sido frecuentes, y han vuelto a escenificarse con virulencia en los últimos días en el rechazo a contar con Aznar en los actos de la actual campaña electoral. Rajoy no perdona a quien lo nombró que cada vez que abre la boca plantee en público una enmienda a la totalidad de la política del Gobierno. Y Aznar no perdona lo que considera la traición de Rajoy a quien lo aupó a lo más alto.

El PP, partido de personalidades ególatras, ha sufrido otras marchas como la de Cascos: recientemente la de Vidal-Quadras, promotor de otro nuevo partido, Vox, al que hasta desde dentro del aparato popular se considera de ultraderecha. Y nadie sabe qué hará Aznar en el futuro, a la vista de que la ruptura con Rajoy es ya irreversible.

Queda por ver qué pasará con ese jarrón chino, si buscará acomodo en estancias distintas de la sede popular o si Rajoy se atreverá a hacerlo añicos.