Más que de turrón que no me gusta; más que de marisco; más que de cabrito; más que de mazapanes que tampoco me gustan; más que de champán, que no cava; más que de buen vino de la tierra que siempre es un gran compañero gastronómico, más que de todo lo dicho que, a Dios gracias, no ha faltado en la mesa del hogar, estoy harta y hasta un poco más arriba del moño del asunto catalán. Fundamentalmente del presidente de la Generalitat de Cataluña que no sabe hablar de otra cosa, en cuanto atisba una cámara, que de la necesidad de que Cataluña sea independiente. Mas no mide las consecuencias, Mas no ve más allá de su catalanidad o catalanismo mal entendido. Y entre él y los de Esquerra y los otros y los de la moto, no hacen otra cosa que fomentar el odio, un odio enquistado que supura una apestosa purulencia, hacia España y hacia los españoles dándole la vuelta a la acción.

No pasa un solo día sin que Mas nos ponga en la picota, sin que Mas eche la lengua a pasear fomentando el antiespañolismo a fuerza de hablar de la inexistente anticatalanidad de España y los españoles. El único racista y xenófobo de esta historia marcada por las injurias y las mentiras se llama Artur Mas. Cuando esto escribo ha vuelto a abrir la boca para soltar una perla más de las muchas que llevamos ensartadas en este hilo de despropósitos sin que nadie con la debida autoridad, le ponga las peras al cuarto y le mande callar porque ¡ya está bien! En una entrevista al diario italiano «La República», Mas ha dicho: «Nosotros -refiriéndose a los catalanes- vivimos en una condición de inquilinos de un casero hostil (el Estado español) simplemente no aceptamos ya estas condiciones, son injustas. Nuestra autonomía está en condiciones de gran debilidad». No ha matizado, explicándole al periodista que esa debilidad es producto de su empecinamiento en hacer de Cataluña la República Independiente de Catalonia (me gusta más la de mi casa e incluso la de Ikea) dando la espalda a los verdaderos problemas por los que atraviesa la autonomía que preside y que pasan también por la corrupción. Y por una pésima gestión que está llevando al empobrecimiento y a la pérdida paulatina de infinidad de los derechos adquiridos.

Pero, claro, de eso tiene la culpa España que succiona a Cataluña, dejándola sin aliento y casi sin vida. Resulta que unos cuantos catalanes que no pueden ni vernos, justo los que están en el Gobierno y en las Cortes, sostienen a mogollón de millones de españoles, que son unos vagos y una especie de salteadores de caminos de la economía catalana. Pero de la familia Pujol y de tanto corrupto como se ampara en las instituciones catalanas, oiga, ni pío. Cómo me gustaría que la historia, y no tardando mucho, le pase factura a Mas y a toda la oligarquía política catalana anclada en el soberanismo. La historia es fácilmente manipulable, la realidad, no. Y ahí es donde la realidad debe entrar en juego. Con una Europa firme diciéndole muy seriamente, que su aventura independentista es imposible, que fuera de España no hay salida hacia la UE. Porque Mas lo quiere todo. Y ahí se equivoca y confunde a los catalanes. Yo no sé usted, pero servidora está un poco harta de las «arturadas» permanentes de este señor. Un día sí y otro también con la misma letanía a flor de labios. Y sabido es que lo poco agrada y lo mucho enfada. Como las «arturadas» son ya tantas, puede muy bien comprenderse lo hartos y cabreados que estamos. A ver si en el recién estrenado año, cambian semejante disco rayado. A ver.