La conocía así, de refilón. Como se conoce a quien le posas un beso en la mejilla y te devuelve buenas vibraciones. Sabía de ella su fantástico currículum profesional y su capacidad para el trabajo. Dos excelentes virtudes para adornar a una mujer menuda en lo físico y seguramente muy grande en todo lo demás. Es Rosa Valdeón, flamante alcaldesa de Zamora.

La niña acaba de poner el nombre de nuestra provincia en el mapa. Ha sido elegida por los dioses populares como consejera para elaborar el programa electoral de la escabechina que se nos viene encima. Algo debe de tener la Rosa cuando la bendicen. Nosotros la elegimos y en España refrendan nuestro buen gusto. Es un aval que habla de la cordura de los zamoranos.

Hace dos suspiros tuve la ocasión de charlar largo y tendido con ella. Unas cañas, cuatro gambas arroceras y un montadito de ternera al cabrales fueron nuestros mudos testigos. Comenzando por las conclusiones diré que Rosa es un dulce para Zamora. Huele a gloria y sentido común y disecciona nuestros problemas con precisión de cirujano.

Es apasionada, pero tranquila, inquieta, pero serena, dialogante pero firme en sus convicciones. A veces da la sensación de que es una hoja frágil y sin embargo enseguida te das cuenta de que a esta hoja no se la llevará el aire.

Ni el aire ni el viento huracanado que sopla sobre el Ayuntamiento. Oyendo algunas cosas que pululan por ahí parece que esta Rosa lleva espinas. Y no. Quieren convertirla en el chivo expiatorio de todos los desaguisados habidos y por haber. Y no. Me da que no está por el chanchullo y el tapujo. Me da que está por la paz y el diálogo. Por reconducir el agua turbia, si la hubiere, para que vuelva a su cauce clara.

Rosa entiende la política, o al menos eso es lo que yo entiendo que ella entiende, como consenso, acuerdo, plática. Huye de la confrontación tonta y la crispación. Tiene las meninges programadas en positivo. Ve el lado bueno. La botella medio llena.

Quizás por higiene mental habla guay de todo el mundo. No comprende el acoso por el acoso, la puñalada trapera. Trabaja en el Ayuntamiento de sol a sol como los jornaleros y el tiempo que le sobra se lo dedica a sus hijos y al estudio. Siempre está pensando. Maquinando. Dándole vueltas a la perola para buscar lo mejor para una ciudad de la que está locamente enamorada.

La ha pillado por sorpresa que no le hayan dado ni cien días de asueto. Comprende que hay cosas urgentes, pero cree que es demasiado pronto para que se le tiren a la yugular.

Rosa es una gladiadora y está dispuesta a dejarse la vida en este circo. No creyó que la vida municipal fuera tan dura. Ha tenido que sufrir las ampollas que esta batalla le ha dejado pero piensa que la ampolla se tornará callo. Ya no le duele como si le hurgaran en carne viva. Siente que alguna vez su espalda ha sido flanco para las navajas. Pero no es rencorosa. Es clara, neta, limpia, diáfana. Nuestra conversación no fue profesional. Una suerte y una pena. Lo que dice, lo que piensa podría contarlo desde un púlpito a la puerta de la casa de las Panaderas. No le veo dobleces ni requiebros. Sospecho que es infinitamente más inteligente de lo que algunos piensan. Vamos, que no da puntada sin hilo con tal de zurcir bien zurcidas estas pieles zamoranas que a veces están hechas jirones. Se hace tarde y quiere ver a sus hijos. Qué lástima. Las horas son minutos a su lado. Nos despedimos con la promesa de volver a vernos muy prontito. Calculo que se acostaría a las dos o las tres y a las siete, rayando la madrugada, tomaría el coche para la Génova de Madrid, olla donde se cuece el gazpacho popular. Ella será sal y pimienta.

Quise abrirle la puerta del vehículo en gesto de galán trasnochado. Ella se me adelantó. No está acostumbrada a que le lleven las maletas. Sabe cuidar de su equipaje y me da la impresión de que también cuidará honestamente de lo nuestro. Gracias, Rosa.