Esue Luis esté enfadado con el mundo no es nada nuevo, aunque sus pataletas de abuelo consentido y siempre airado parecen haber alcanzado ya un punto sin retorno. La imagen de Luis abandonado el Carlos Tartiere sin hacer declaraciones tras el partido ante Letonia o desmarcándose ayer del resto de la expedición para regresar a Madrid por carretera y a su bola no son sino la guinda amarga a una estancia en Asturias verdaderamente kafkiana. Luis, en estos días en Oviedo, ha conseguido desairar a la afición no dejándola presenciar los entrenamientos de los jugadores; a los propios jugadores con sus cambios de humor, sus clases sobre la evolución de las hipotecas y sus cortes de manga, y a la Prensa evidenciando una vez más que él es el rey de la «peineta». A Luis le gusta tanto tener al mundo en contra que no dudó en elegir a Villa para realizar el primer cambio o en señalar con el dedo al único jugador nacido en Oviedo de todos los que tenía en la convocatoria -Luis García- para dejarle sin siquiera sentarse en el banquillo del Tartiere. Pura diplomacia la suya. Eso sí, se rodeó en el banquillo de defensas -Capdevilla, Angel Pablo- no fuera que hubiera que proteger el resultado ante la potente Letonia. No hay peor jugador en el fútbol que aquel que vive sin arriesgarse, el del continuo pase atrás. Luis, que fue un gran jugador de pase largo, se ha convertido en un entrenador de pase atrás. Ha retrasado el pelotón de los desplantes, del mal humor, del mundo en mi contra, hasta dejarlo en los pies de AngelMaría Villar, presidente de la Federación Española y que en su larga etapa como jugador se hizo famoso en San Mamés por su querencia al pase atrás; al nunca arriesgar, al nunca tomar una decisión para así no equivocarse. Bueno, no siempre. Hubo una vez que tomó una decisión y fue soltar un puñetazo a Cruyff. Es hora de que tome la segunda y de un segundo puñetazo? sobre la mesa. Luis, a la calle. Pero no esperen que Villar juegue un balón hacia adelante.