Hace un tiempo, no sé cuánto, probablemente un año o así, me dijeron que solía rechinar los dientes (y las muelas) de manera involuntaria, inconsciente. Que los aprieto durante el sueño y, a veces, en algunos momentos del día. Pero no me daba cuenta. Y sigo sin hacerlo. Varios de mis familiares padecen este hábito. Un día fueron al dentista y, tras explorar las bocas, el dentista les fabricó un pequeño aparato de goma, hecho a medida de la dentadura de cada cual, para que durmieran con él puesto. De ese modo se impide que, durante la noche, aprieten y desgasten las piezas dentales. No elimina el padecimiento, pero evita los síntomas que se derivan de esta costumbre involuntaria. Esos síntomas son variados. Aunque ignoraba que suelo rechinar los dientes y las muelas, el caso es que vengo observando desde hace meses que sufro las consecuencias. A saber, las copio de por ahí: dolor de mandíbula, de oídos, de encías, de cabeza y, en ocasiones, de cuello e incluso de espalda; contracciones musculares en la mandíbula; ansiedad, angustia, estrés y tensión. Un rosario de padecimientos. Una vez me preguntó uno de mis familiares si, tras despertar por las mañanas, me levantaba como si me hubiese arrollado un tren, lleno de dolencias y cansancio. Y, en efecto, casi siempre me levanto así. Lo que ocurre es que más tarde, gracias a una ducha caliente, al té y al café, y tal, uno se recupera.

Busqué por internet un resumen de estos síntomas, ya que llevo media semana torturado por el rechinar de dientes y, como consecuencia, me han dolido el cuello, las sienes, la cabeza y la mandíbula, y este hábito malsano tiene un nombre precioso. Bruxismo, se llama. Una palabra elegante, rara y exótica, para enjuagarse con ella la boca, para deslizarla en la lengua y repetirla una y otra vez. Un término tan especial como este otro: Onicofagia, o sea, la costumbre de comerse las uñas. Pero esta no la sufro. Me gusta el término bruxismo. Oiga, padezco bruxismo. ¿Qué dice que le pasa? Que tengo bruxismo. Bruxismo, como lo oye. No conocía esta palabra. La pena es que me haya tocado descubrirla así. Anotemos la definición de un diccionario de medicina: "Rechinar de los dientes inconsciente y compulsivo, que se manifiesta especialmente durante el sueño. Es frecuente en situaciones de estrés o de tensión y también en los niños. Puede producir alteraciones dentales, cefaleas y dolor mandibular y constituye una verdadera parasomnia". También he leído que el acto de rechinar los dientes es más frecuente durante los primeros minutos del sueño, en lo que se denomina sueño superficial; luego, en el sueño profundo, decae el hábito o se abandona. Ahora entiendo la razón por la que, cuando me da por echarme una siesta de diez minutos, despierto con la sensación de haber mascado un sándwich de dinamita encendida. La persona que aprieta las mandíbulas cuando duerme suele tener una alineación anormal de dientes. Que se acentúa, claro, con los años y el rechinar nocturno.

Cuentan que la prótesis de goma que emplean para dormir es un auténtico engorro. De manera involuntaria y en plena noche la mano busca el aparato y, mientras la persona continúa durmiendo, se quita la prótesis y la lanza al otro extremo de la habitación. Intento psicoanalizarme, pero yo creo que no tengo ansiedad ni estrés, que son dos de las causas que empujan al bruxismo. Dicen que, cuando estoy leyendo una novela, rechinan mis dientes. No me doy cuenta. Tal vez lo haga por las emociones que despiertan en mí la tensión de las tramas. Un día de estos se lo contaré a mi dentista. Pero no sé si podré dormir con un aparato dental.

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