Días pasados leíamos con verdadera satisfacción la iniciativa de Riofrío de repoblar la sierra de la Culebra como ya se hizo hace varias décadas en aquellas célebres campañas con el pino como bandera. Pero ahora, y con un acertadísimo criterio, se ara en esas tierras que en nuestro mundo rural van quedando para la maleza, con esas variedades cuya madera es un valor permanente en los mercados tales como el nogal y el cerezo, auténticas joyas en el mueble de alta calidad. Si la solanera de la Culebra tiene esas posibilidades y se ponen en práctica con gran acierto, se buscaría poner en valor esas miles de hectáreas en ambas márgenes del Duero y del Tormes en las que salvo, algún término como ocurre con la villa de Fermoselle, apenas se aprovecha esa gran oportunidad que la naturaleza ofrece del microclima. Lástima grande que esa gran oportunidad se desprecie de manera tan irresponsable, teniendo en cuenta que las especies citadas de maderas tan valiosas no exigirían de más cuidados que la simple limpieza del tronco. Pasado Fornillos y llegando por la margen izquierda hasta nuestro Carrascal, solo florecen dehesas de monte, encinas y carrascos, escobas, piornos y jaras y en la margen derecha, fuera del tramo fronterizo, algunas vides en Carbajosa y Villalcampo. Sin embargo, el fenómeno del microclima se deja notar con toda claridad aunque se le ignora: una sencilla anécdota nos lo recuerda. En nuestra ciudad, al comienzo de la Cuesta del Pizarro, hace algunos años durante la remodelación se transplantó un olivo con muchos años. Cuando todo el mundo dudaba de su supervivencia en ese privilegiado lugar, lo hemos visto crecer de manera verdaderamente extraordinaria.

Pero podemos seguir río arriba y en el término de Villaralbo nos encontramos con plantaciones de olivos cuyo desarrollo no solo está garantizado sino que están llamando poderosamente la atención por las excepcionales calidades de sus frutos.