Solidaridad», ha dicho el papa, es una palabra que infunde miedo al mundo desarrollado. En efecto, no se manifiestan solidarios los ricos, los prepotentes, los radicales, los ambiciosos; quizá consideran la solidaridad como cesión de poder y pérdida de riqueza. La solidaridad acusa cierto sentido nivelador, igualitario, que repugna a plutócratas y dictadorzuelos. Aunque nada tenga que ver una cosa con la otra, las palabras del papa Francisco a la Curia se han conocido en la víspera de la Diada catalanista convocada para jalear un proyecto de insolaridad. La cosa es que «solidaritat» fue una palabra-lema en Cataluña: «Solidaridad Obrera» -«La Soli», popular- era el título de un diario barcelonés de manifiesta adscripción política, que los vencedores en la guerra civil mantuvieron sustituyendo «obrera» por «nacional». Sin embargo, desde hace algún tiempo, algunos políticos catalanes vienen recitando un discurso francamente insolidario ante hechos concretos; por ejemplo, ante el problema nacional del agua, o ante la inmigración que un abuelete del catalanismo consideró peligrosa para la identidad catalana; entonces es lógico que haya resultado sorprendente la retoricista referencia de Artur Mas al sueño americano de Martín Luther King; porque el discurso del gran líder del movimiento negro era esencialmente integrador; en cambio, el de Mas es ostensiblemente disgregador. ¿Qué necesidad tenía el «president» de añadir a la manipulación histórica que predica la Diada la torpe interpretación del sueño de Luther King?

Sigamos con palabras ajenas aunque no parezcan tan autorizadas y solemnes como las del papa que dan título a nuestro comentario. La vicepresidenta del Gobierno, la primera de las dos Sorayas políticas de Valladolid, ha advertido con oportunidad contra los políticos que dividen al pueblo. En efecto, el gobernante debe procurar siempre constituirse en factor eficaz de unidad. No se nos antoja difícil descubrir al aludido en la somera catilinaria de la vicepresidenta. Es bien sabido que en los últimos años la celebración de la Diada se proponía como apoyo multitudinario al proyecto secesionista. Se ha dicho que la reciente convocatoria se ha caracterizado como signo de ruptura, división y enfrentamiento dentro del pueblo catalán. Es evidente que no todos los catalanes participan de las ambiciones separatistas de Mas: si este se manifiesta harto del maltrato que afirma recibir de España, muchas más y más ciertas y seguras son las razones que asisten a centenares de miles de catalanes para protestar de una política que les niega derechos constitucionales y parece considerarlos ciudadanos de segundo orden. Lo peor del caso es que ya no saben a quién recurrir.

Hay quien cree que el enloquecido soñador de Estado propio se muestra más suave en expresar sus exigencias perentorias; algunas recientes intervenciones le han parecido un tanto aguado al comentarista de guardia; pero hasta ahora nadie ha dado con la razón verdadera del supuesto cambio, aunque se da por cierta y resolutiva una reunión secreta de Rajoy con Mas. ¿Cuál de los dos resultó más ablandado del encuentro? Pueden ustedes apostar cinco contra uno a ese mismo en el que están pensando, seguro que ganarán. Hasta ahora al engallamiento creciente de los secesionistas de la Generalitat, la Moncloa solo ha opuesto flojera y mansedumbre, al menos en apariencia. No puede decirse que anuncie un nuevo talante gubernamental la declaración del ministro Margallo sobre una probable revisión de la organización del territorio nacional. Ha terciado en la cuestión y a cierto articulista abecedario no le ha parecido un buen tercio. Hay experiencias que ni con gaseosa debieran hacerse. La información de la Diada nos ofrecerá nuevos datos para volver sobre el mismo tema, necesariamente enojoso; es muy probable que nos preguntemos, visto lo visto, cómo será la próxima.