La goleada del Barça al Levante ha elevado el tono de la queja en torno a la superioridad de azulgranas y madridistas en la Liga anteriormente conocida como «Liga de las estrellas». Ha elevado el tono de la queja, pero no el grado. Y es urgente pasar al siguiente grado de la queja si queremos disfrutar del juego del Barça, del Madrid y de los demás equipos de la Liga española. Casi nadie permanece todavía en el grado cero de la queja con respecto al fútbol, que coincide con el grado cero de la queja contra un Dios que permite el mal en el mundo. No sabemos por qué las cosas son así. No sabemos por qué Dios permite que un terremoto destruya un país pobre y no entendemos por qué ese mismo Dios guarda silencio ante el horror de Auschwitz. Del mismo modo, no sabemos por qué los dioses del fútbol permiten que los terremotos se ceben con los equipos pequeños y no entendemos por qué esos mismos dioses guardan silencio ante el horror de un partido tan feo, por desproporcionado, como el Barça-Levante del pasado fin de semana. Decir que las cosas son como son no es decir nada.

El segundo grado de la queja, en el que nos encontramos, es una queja contra Dios. ¿Hasta cuándo Dios va a permitir los terremotos, los campos de concentración o las crisis financieras? Si Superman fue capaz de alterar la rotación de la Tierra para devolver a la vida a su amada Lois Lane, ¿por qué Dios no detiene los terremotos, los hornos crematorios de Auschwitz o la dictadura de los mercados? ¿Hasta cuándo los dioses del fútbol van a permitir que Barça y Madrid se gasten decenas de millones en Neymar o Bale, mientras que el Levante sólo puede confiar en que Barral agarre una pelota imaginaria y la convierta en gol de carne y hueso, y el Betis tiene que conformarse con exprimir la velocidad de Cedrick? ¿Por qué los dioses del fútbol no cuidan de sus criaturas? ¿Acaso esos dioses pueden hacer que la Liga española sea algo más que una aburrida sucesión de victorias más o menos aplastantes de Barça y Madrid, pero no quieren? ¿O es que esos dioses no pueden cambiar las cosas, aunque quieran, y entonces no merece la pena creer en ellos? Y ahí estamos. En las tertulias futboleras, en los bares y en los estadios, todos echamos la culpa al fútbol. El fútbol es aburrido, es siempre lo mismo, no tiene emoción. Bah.

Es necesario pasar al tercer grado de la queja. Un creyente debe entender que las razones para creer en Dios no tienen nada que ver con la necesidad de explicar el origen del sufrimiento humano. Se puede creer en Dios a pesar de los terremotos, de Auschwitz y de los mercados financieros. Los futboleros también debemos entender que las razones para creer en el fútbol no tienen nada que ver con la necesidad de explicar el sufrimiento del Levante en el Camp Nou, la decepción del Betis en el Bernabeu y el miedo del Málaga y del Granada ante la visita de los dos monstruos. Los dioses del fútbol no son responsables de lo que dirigentes, inversores, representantes, jugadores y aficionados hacemos con su regalo.

Dejemos de enfadarnos con el fútbol. Hay que enfadarse con los que han hecho del fútbol un mero nombre, ruido y humo. Como Joseph de Meistre, que aseguraba que no existe el hombre, puesto que en su vida sólo había encontrado franceses, italianos o rusos, muchos futboleros niegan que exista el fútbol, ya que sólo se habla de Messi, de Ronaldo y de otras estrellas del pop. Pero la Humanidad existe, aunque de otra manera a como existen los hombres. El fútbol existe, aunque de manera diferente a como existen los jugadores y los equipos. Hay que creer en el fútbol y en la Humanidad, con independencia de la brutal distancia que separa al Barça y al Madrid de los demás equipos de la Liga española y más allá de la descomunal diferencia que existe entre San Francisco de Asís y Hitler. Creer en Dios ya es un poco más difícil porque, la verdad, no es fácil que Dios, Fitch, Standard&Poors's y Moody's compartan el mismo universo sin violar el principio de no contradicción.