El CSIC, a punto de ser cerrado por defunción. Es lo que dicen sus responsables, que les queda fuelle hasta el otoño. Quizá, como ese muerto haría mucho ruido, acabe llegando la ayuda estatal. Pero será una ayuda agónica, una sonda por la que entrará el dinero hecho papilla a un estómago que no está para grandes digestiones. Conozco el Consejo Superior de Investigaciones Científicas desde pequeño. Está en un edificio cercano a mi barrio de infancia en cuyo exterior hay un señor de piedra que parece sujetar una de sus fachadas. Con nueve o diez años, nos deteníamos a observar al señor, por si se cansaba o cambiaba de postura. 24 horas sujetando un edificio nos parecía mucho, incluso para una estatua.

Mi padre trabajó para el CSIC. Les fabricaba aparatos para cultivos y se ocupaba de su conservación. Llegó a tener un pequeño taller en sus instalaciones. En alguna ocasión, al salir del instituto Ramiro de Maeztu, que está a allí mismo, me acercaba a ver a mi padre y me daba una vuelta por los laboratorios. Me gustaba ver a la gente de bata blanca inclinada sobre los microscopios. Se ajustaban a mi idea de la sabiduría. El CSIC constituía un raro espectáculo en el país de «que inventen los otros». Digamos que era nuestro lado culto, nuestro lado ambicioso, nuestro lado internacional. Solo el nombre, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, impresionaba lo suyo. En casa quedaba reducido al Consejo.

-¿Y papá?

-No ha vuelto del Consejo.

Margallo, tan preocupado por la Marca España, no tiene ni idea de cómo se hace uno un nombre. Se lo hace así, creando instituciones prestigiosas, además de rentables, en todos los sentidos, a largo plazo. Así, y no intentando husmear en el interior de los aviones de los mandatarios extranjeros, lleven lo que lleven. Es sabido que la valija diplomática se utiliza para pasar morcilla asturiana y jamón de jabugo, pero no nos han obligado a abrirla jamás. Lo del CSIC, aunque a última hora llegue el indulto, nos da una fama horrorosa. Pero es la fama que se adecua a la realidad actual. Suerte, señores sabios.