Cuando la corrupción no se castiga en las urnas, porque en el fondo de su alma los votante envidian a los corruptos o ya roban en la medida de sus posibilidades, no existe credibilidad alguna en el momento de pedir limpieza y transparencia a los representantes políticos.

Cuando un país se debate en luchas internas, para derrocar al rey, para conseguir la secesión de una u otra región o para imponer modelos energéticos o tarifarios que mejor esquilmen a las mayorías, se generan extrañas conspiraciones cuyo fin último poco tiene que ver con su finalidad aparente.

Cuando un país está corrompido hasta la médula misma de sus ciudadanos, se producen paradojas como la que vamos a tener ocasión de analizar en las próximas semanas, con un presidente del Gobierno que, racionalmente, no puede seguir en su puesto ni tampoco puede, racionalmente, presentar su dimisión.

Rajoy no puede seguir en su puesto porque el tesorero de su partido ocultaba en diversas cuentas opacas casi cincuenta millones de euros. No puede seguir en su puesto porque si lo sabía y no hizo nada es un delincuente, y si no lo sabía, es un puñetero inútil. No puede seguir en su puesto porque a demás de no dar la cara, menospreciando a los españoles, ofrece una imagen de España en el exterior que nos perjudica notablemente. En resumen: no está claro lo que sabía o aceptó, no se entera, se burla de nosotros y nos perjudica su mandato. Razones suficientes para que se marche y cuanto antes.

Pero por otro lado Rajoy no puede dimitir, porque una renuncia en este momento sería un triunfo para los que quieren desestabilizar el país y una victoria para cualquiera que piense en dar un golpe de Estado inventándose unos papeles tranquilamente, una tarde, en una mesa de un café. Los papeles de Bárcenas son originales de Bárcenas y los ha escrito Bárcenas. ¡Pues claro! Él se lo guisa, él se lo come y él lo publica, como yo mismo cuando pienso y escribo una novela. Lo difícil, pero imprescindible, es saber si esos papeles reflejan la realidad de algún modo o son simple narrativa de ficción compuesta por un tipo que buscaba una carta para salvar su trasero. Y lo peor de todo es que si Rajoy dimite por una acusación sin pruebas, en este país se habrá ido a tomar viento, para muchos años, lo poco que iba quedando de la presunción de inocencia, sustituida por esa presunción tan castiza, tan nuestra, de que todo el mundo es un cabrón mientras no se demuestre lo contrario.

Rajoy ni puede quedarse, ni puede marcharse.

Y las dos cosas, al final, son culpa nuestra: por trabajarnos a pulso las condiciones para vivir en un país podrido.