Las revelaciones del excolaborador de los servicios secretos estadounidenses sobre el espionaje a amigos y enemigos al que se dedica desde hace años Estados Unidos no deberían, aunque nos indignen, sorprendernos.

Todo el mundo se espía, se justifica ahora el Gobierno de Washington. Y naturalmente nadie con la capacidad tecnológica para hacerlo como una superpotencia cuyos tentáculos llegan hasta los más apartados rincones del planeta.

Con la brutal sinceridad que caracteriza a los políticos de ese país, que no tiene necesidad de recurrir a subterfugios hipócritas para hacer valer los que consideran sus derechos a escala planetaria, ya lo reconocía en 1998 el exasesor del presidente demócrata Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski.

Según nos recuerda ahora el semanario francés «Le Nouvel Observateur», en una entrevista que sus periodistas le hicieron entonces, Brzezinski justificaba la continuación de esas prácticas, pese al final de la guerra fría, en las «responsabilidades e intereses globales» de ese país.

«Toda nueva tendencia, todo movimiento imprevisto en cualquier lugar del planeta pueden tener un impacto en el bienestar y la seguridad (de EE UU). Y el país debe estar por ello en condiciones de informarse en todas partes, no solo por lo que respecta a sus enemigos sino también sobre sus amigos», explicaba el político demócrata.

Aunque precisaba: «Atención: información no quiere decir necesariamente espionaje en el sentido clásico de esta palabra: el reclutamiento de agentes». Esto último era, según él «arriesgado ya que puede conducir a escándalos muy perjudiciales para las relaciones con el país amigo de que se trate».

Sin embargo, las escuchas o la toma de imágenes desde el espacio eran, «por así decir, abiertas, libres y relativamente poco arriesgadas (?) Están más o menos al alcance de todo el mundo. Cada país decide o no aplicarlas. Estados Unidos ha optado por hacerlo», explicaba Brzezinski, que negaba que hubiese nada de «inmoral en fotografiar el mundo».

«Si la conversación (entre dos dirigentes europeos) es tal que esos no quieren que conozcamos su contenido, ¿no es inmoral el simple hecho de mantenerla?», se preguntaba, no se sabe si con ingenuidad o cinismo, el exconsejero de Carter.

Los franceses, que desde la época del general De Gaulle, fueron siempre sospechosos a ojos de los estadounidenses, saben bastante de ese espionaje «amigo»: en 1996, París expulsó al jefe de la CIA en esa capital y a un agente estadounidense que había estado espiando al Gobierno francés.

Está luego la revelación de la existencia -desde hace ya cuarenta años- de la red de espionaje conocida como Echelon, integrada por países todos ellos anglosajones, los únicos de los que al parecer puede fiarse Washington: Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda además de EE UU.

El presidente Obama ha intentado justificar el programa de espionaje electrónico global de la Agencia Nacional de Seguridad por la lucha antiterrorista, pero está comprobado que, aparte de su dudosa utilidad en esa lucha, sirve a otros intereses, por ejemplo, los de la guerra comercial.

Si EE UU puede espiar impunemente las conversaciones de los políticos o altos cargos europeos o de cualquier otro bloque con los que pueda estar discutiendo un tratado de libre comercio, tendrá una indudable ventaja a la hora de negociar.

Ya sea espionaje comercial o industrial: para la superpotencia, se trata de jugar siempre con ventaja. Y su dominio de las redes electrónicas es un poderoso instrumento a su servicio.