Las bicefalias no suelen ser aconsejables para casi nada, y menos en asuntos de poder. Salvo raras excepciones, la existencia de dos cabezas visibles en cualquier organización tiende, precisamente, a la cefalea crónica, a no ser que el diálogo y la lealtad mutua presidan la convivencia. Es obvio que ese doble liderazgo se ha asentado en los últimos meses en el PSCyL-PSOE, una formación que, por cierto, ya pasó por esa experiencia durante más de dos años en la época en la que Jesús Quijano era el secretario general del partido en la Comunidad y Jaime González, el portavoz parlamentario y candidato a la Presidencia de la Junta. Pero entonces la cohabitación fue posible y ahora, a lo que se ve, no tanto. ¿Qué ha cambiado? Además de las personas, pues que uno de ellos ejerce también de secretario de Organización del partido. Pero, más allá de esa correlación de fuerzas internas, lo cierto es que López y Villarrubia deberían aparcar su férreo ego en aras a una calma orgánica que siempre traería más beneficios que perjuicios, y no solo a la formación política. No se trata, digámoslo así, de que de repente se fueran de cañas todas las tardes, pero sí al menos de consensuar unas mínimas reglas. Las otras opciones no parecen, a priori, las más aconsejables. Pasarían, como en Andalucía, por unas primarias anticipadas para ver quién va a disputarle al PP la Presidencia del Gobierno autonómico o, en su defecto, por un congreso extraordinario. Y ambas alternativas no son lo mejor para un partido que ha demostrado que, cuando se lo propone, mira para fuera y no a su ombligo. Villarrubia y López pueden seguir en la discrepancia o, por el contrario, concederse un margen de confianza que permita avanzar por la senda de la iniciativa política y los acuerdos de comunidad. Ambos han sido artífices de importantes y recientes pactos con la Junta y el PP, pero ahora les toca firmar el suyo propio y hacerlo con cabeza, que para eso tienen dos.