Muchas veces nos cuesta aclararnos con nosotros mismos. La vida está configurada por multitud de sensaciones, por infinitos instantes peregrinos que se presentan y desaparecen ante nosotros en cuestión de segundos. Los vemos y se van, como si fueran fantasmas o espectros. Sin embargo, los percibimos constantes, intangibles, inaprensibles físicamente e inexplicables, pero sabemos que están ante nosotros y que nos circundan y que nos acarician y arropan. Son inevitables, están ahí, al alcance de nuestras manos, y, sin embargo, nos resulta imposible asumirlos como propios. Y eso sería lo más sencillo y acaso lo más sensato.

Los sentimientos son así, un grupo de sensaciones visuales, verbales, olfativas, auditivas, etc? combinadas en la cazuela de la experiencia y de los recuerdos. Se pasa de las percepciones primarias a los sentimientos en cuestión de momentos, aunque la tendencia natural evolutiva es la de la racionalización de todo aquello que nos rodea y que incide en nosotros.

Cuando no hay razonamiento, existe la fe ciega, aunque muchos aseguran que es más conveniente como defensa, es más cómodo y más rápido, mirar hacia el infinito, hacia el espacio, es decir, hacia otro lado, para olvidar lo irracional de estar preocupándonos continuamente de lo lógico y lo práctico.

Enfrentar hoy sentimiento a racionalización de los impulsos vividos es una especie de locura que se difumina en el universo de nuestros problemas diarios. Así, hoy los índices en cuanto a la pobreza marcan nuevas direcciones desde que se desencadenó la crisis financiera que aún no han conseguido resolver los gobernantes satisfactoriamente, a escala internacional. Las brechas no se producen ya entre países desarrollados y países subdesarrollados, como se nos decía antes. En el primer mundo las desigualdades sociales se acrecientan. El denominado Estado de Bienestar se resquebraja y hasta las ONG que, según era costumbre y tradición, se dedicaban a la cooperación en naciones lejanas, están ampliando su zona de preocupación para luchar como pueden también dentro, en casa. Nos tendríamos que preguntar hoy «¿a qué nos referimos o a qué nos enfrentamos cuando hablamos de pobreza?». Cuando decimos pobreza, decirlo de África no es lo mismo que si nos referimos a Europa. La pobreza de EE UU, por poner un ejemplo, tiene un nivel adquisitivo más alto que el que puede haber en otros países occidentales, incluso desarrollados, y básicamente diferente al de otros países en vías de desarrollo, según las organizaciones mundiales que se preocupan de estos asuntos.

Naciones Unidas define la pobreza como la privación de las necesidades u oportunidades básicas para el desarrollo humano. Eso lleva consigo que la pobreza debe atacarse desde todos los ángulos y no solo desde la visión de los ingresos. Habrá que tener en cuenta muchas más cosas, desde privaciones en materia normal de vida (probabilidad de fallecer temprano, educación y sanidad, etc?.) hasta, incluso, estudios de control demográfico y tantas otras cosas...

Por eso, solo sentimiento no puede ser válido en las actuales circunstancias mundiales, que es lo que está en boga. El destino de muchas personas del Tercer Mundo es el abandono y la miseria absoluta; el llanto y dolor, que provocamos o que no nos preocupamos de reducir hoy, pueden ser los nuestros mañana. Tengámoslo en cuenta.