El hecho de que existan economistas y, en general, gente dedicada a analizar gráficos de precios pasados para intentar predecir precios futuros, es en sí mismo una prueba de que los métodos utilizados no funcionan muy bien. De hecho, cualquier analista bursátil capaz de acertar en sus pronósticos con cierta consistencia se haría asquerosamente rico en poco tiempo y carecería de incentivos para seguir arriesgando su dinero, o su prestigio, en futuras predicciones.

Sin embargo, siempre hay gente que acierta, y necesariamente ha de ser así según las leyes de la probabilidad, aunque la naturaleza humana nos impulse a todos a creer que nuestros éxitos se deben a nuestra habilidad y no a la suerte, aunque solo sea porque lo contrario golpearía nuestro ego más allá de lo que nos podemos permitir.

En su obra «¿Existe la suerte?», Nassim Taleb nos pone un magnífico ejemplo de ello, describiendo una especie de timo absolutamente legal. Os lo cuento: supongamos que conseguimos las direcciones de ocho mil inversores de bolsa. Teniendo en cuenta el nivel de filtración de los datos en una sociedad como la nuestra, no parece una cosa imposible. Elegimos un valor bursátil cualquiera, por ejemplo Telefónica, y a cuatro mil de ellos le enviamos una carta diciendo que Telefónica subirá durante la siguiente semana y a otros cuatro mil les enviamos una carta diciendo que Telefónica bajará. Pase lo que pase, acertamos con cuatro mil personas. La semana siguiente, al grupo con el que acertamos le enviamos otra carta con otro valor, por ejemplo BBVA. A dos mil les decimos que subirá y a dos mil les decimos que bajará. Con dos mil de ellos acertaremos, y estarán listos para, la semana siguiente, recibir un tercer boletín? Al final, pase lo que pase, habrá un grupo de gente con el que hayamos acertado veinte veces seguidas y que creerá con todo su corazón que somos verdaderos gurús, que hacemos magia o tenemos información privilegiada. Es el momento de escribir un libro o de ir por ahí a impartir conferencias sobre nuestro magnífico método, basado en la relación entre la presión atmosférica en el Triángulo de las Bermudas y la evolución del mercado de valores.

Dicho esto para rogar que mis previsiones se tomen tan en serio como se merecen, hay que añadir que las curvas de tendencia son algo bastante distinto, aunque están sujetas también a hechos puntuales que las hagan cambiar de repente. Calcular el precio del petróleo en el futuro es prácticamente imposible, y si yo pudiera hacerlo estaría como loco invirtiendo en el mercado de futuros en lugar de escribir estas líneas. Sin embargo, lo que sí se puede hacer es calcular una tendencia que pase por alto las fluctuaciones (que es donde está el dinero) y tratar de predecir de un modo aproximado los valores futuros, o el valor en torno al que se moverá el precio real, con un margen de error.

En ese sentido, y por lo que se refiere al petróleo, lo que más me maravilla del asunto cuando sale la conversación es que la gente no solo no tiene ni idea de cuales serán los precios futuros (lo que es de agradecer), sino que la mayor parte de las veces tampoco sabe cuáles han sido los precios pasados. En torno al petróleo parece existir una especie de nebulosa informativa que nos induce a creer que siempre ha estado más o menos caro y que siempre ha costado más o menos lo mismo. Y no es así, en absoluto.

El precio del petróleo se mantuvo estable en torno a los 20 dólares por barril, lo que en realidad significaba que su precio decrecía en términos reales por la inflación. Estamos hablando de los años ochenta a los primeros años de los dos mil, una época de bonanza en lo energético.

A partir de 2004, sin embargo, esta tendencia cambia absolutamente y comienza un crecimiento de los precios que aunque tarda algunos años en hacer mella en la economía, acabará causando la crisis que aún vivimos, esa crisis que no va a terminar nunca, como siempre se repite en estas páginas.

Las causas de ese repentino aumento son muchas, y no pretendo ser exhaustivo:

-Por una parte, el repentino hundimiento de la producción en campos petrolíferos tan importantes como el de Cantarell, en México, dejó al descubierto que lo que parecía un hecho lejano y muy improbable no era tan lejano ni tan improbable, y los mercados comenzaron a descontar al alza esta posibilidad.

-El aumento del consumo, especialmente en los países emergentes, no podía ya ser cubierto con nuevos aumentos de la producción.

-La explosión demográfica pasó de teórica a real. Este concepto es un poco más complicado, pero se puede resumir para andar por casa diciendo que no importa mucho cuántos millones de habitantes haya en el mundo mientras coman arroz y monten en burro. Cuando el exceso de población comienza realmente a presionar sobre los precios es cuando esos millones de personas comienzan a consumir cobre, acero, cemento y petróleo. Como toda expansión económica se inicia por la base, el despegue de los países emergentes tardó un tiempo en convertirse en demanda real, y fue en esta época cuando hizo eclosión este fenómeno en toda su magnitud.