A ver, a ver, veamos, el jefe de tráfico de Girona conduce un automóvil a 160 kilómetros por una autopista de la región. Lo pillan, le dan el alto, lo detienen en el instante mismo de ciscarse en las leyes de cuyo cumplimiento él es el responsable máximo. El hombre volvía precisamente de una reunión de tráfico y seguridad. Significa que, por muy aturdido que le hubiera dejado el encuentro, tenía que acordarse de que habían hablado precisamente de asuntos como la importancia del cinturón y del respeto a las normas. Por muy mal que estuviera de la cabeza, debía de tener conciencia de quién era y qué representaba en el mundo de la circulación por carretera. Queremos decir que no había sufrido ningún accidente vascular que hubiera mermado sus capacidades cognitivas. Tampoco había ingerido, que nosotros sepamos, sustancias de las que ofuscan el entendimiento o disminuyen la voluntad. Dada la importancia de su puesto, y el rigor con el que las autoridades eligen a los cargos públicos (permítanme la ironía), debía de ser un tipo listo.

En fin, ahí lo tenemos. Sale de una reunión de trabajo, se mete en una autopista llena de radares, pone la sexta y en un pispás corre a 160 por hora. Llega la pareja de la Guardia Civil de Tráfico, le hace señales de que se detenga en el arcén, se detiene, le piden la documentación y el detenido alega que va en un coche oficial y en viaje de servicio. Para el caso, lo mismo podría haber dicho que era sobrino del presidente del Gobierno, si lo fuera, o que tenía amistades en Zarzuela, si las tuviera. Significa que produce mucha vergüenza escucharlo. Si te han pillado, tío, ten al menos la dignidad de no ofender a los guardias con ese «ustedes no saben con quién están hablando».

La historia no acaba aquí, porque a las cuatro horas del incidente alguien debió de hacerle reflexionar y dimitir, que era lo que procedía. Vale, dimite, arreglando en parte el desaguisado. Pero lo mejor viene tras la dimisión, cuando su jefe, el consejero del interior, declara que «su gesto lo honra». Pero, hombre, hombre, cómo que su gesto lo honra. ¿De qué gesto habla? Lo malo es que ahora debería dimitir el consejero por decir tonterías, lo que es casi peor que ir a 160.