Estos días a orillas del Cantábrico abundan los bancos de niebla, que aparecen de pronto en medio del sol radiante, meten sus dedos grises en las playas y se adentran en las calles de las ciudades. Para el bañista es un placer llegar nadando hasta las balizas (sin pasarlas) y disfrutar desde allí de una realidad urbana desvanecida y sin perfiles. Estas virtudes de la niebla son en general poco apreciadas, pero la dilución de las cosas, como todo relativismo, promueve un sentimiento de irrealidad, de confusión, de duda sobre todas las certezas (sean de bienes o de males) que resulta liberadora, porque la rotundidad de un paisaje nos demarca también los límites, y éstos pierden, en cambio, consistencia cuando todo se difumina. Luego, cuando el banco (de niebla) se retira o se diluye, el sol vuelve a imponerse y la realidad regresa, disfruta uno de las seguridades de la tierra firme.