Seguramente, la estancia de Bárcenas, el extesorero del PP, en la cárcel y una cierta ralentización de las habituales novedades en torno a los escándalos de corrupción más notables, con la única excepción de la imputación de la exministra socialista Magdalena Álvarez por el caso de los ERE de Andalucía, han propiciado la aparición de una serie de noticias y rumores, especulaciones en cualquier caso, referente a presuntas disidencias y toma de posiciones dentro de la cúpula dirigente del PP ante lo que pudiera ocurrir si a Bárcenas le diese por tirar de la manta y dejar a algunos con el culo al aire.

Se habla así, aunque todo va a quedar en eso: en cavilaciones en distinto grado, de la existencia de un grupo que encabezaría, aun sin pretenderlo, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, a la que se ha dado en considerar la estrella del Gobierno o algo similar, y al que se acerca como elemento más destacado el actual ministro de Justicia, y eterno aspirante a lo máximo, Alberto Ruiz Gallardón. Al parecer, el expresidente de Madrid y exalcalde de la capital de España, no ha renunciado, ni mucho menos, a ser el candidato del PP en futuras elecciones generales, y desde su puesto ha influido para meter a Bárcenas en prisión. Ventea el fracaso de Rajoy y se apresura a situarse de nuevo en primera línea de lo que se estima como una derecha moderna y moderada que tomaría el relevo en la cúpula del partido y el Gobierno si las revelaciones del extesorero, que pudieran ser muy graves, fuesen capaces de hacer saltar la situación.

Es una posibilidad, tampoco puede negarse, pero conviene tener en cuenta, igualmente, que por el otro lado y dentro del PP se alinean aún y cada vez con más poder aunque se encuentren ahora en la reserva, facciones en plan de volver a saltar a la palestra como las de Aznar y su adelantada Aguirre. Aunque se acaban de hacer la foto juntos en la clausura del curso de la Fundación del PP, el expresidente del Gobierno ha vuelto a decir eso de que siempre estará disponible si el partido le necesita. En resumen, que los dos viejos aspirantes, Ruiz Gallardón y Aguirre, siguen en ello y van moviendo sus fichas. Rajoy se equivocó haciendo ministro al exalcalde de Madrid, lo que ha deparado una reforma lamentable de la justicia que ha perdido enteros en las encuestas, lo mismo que un PP y un PSOE que se hunden a la par, lo mismo incluso que la Casa Real, por no mencionar a la clase política, literalmente por los suelos.

No deja de ser reconfortante que en un país en crisis económica, institucional, de valores morales y éticos, lastrado por la mediocridad y la corrupción, los españoles se refugien a la hora de las valoraciones en las fuerzas armadas y de seguridad del Estado. Que siguen a lo suyo, desarrollando lo mejor que pueden su labor y eso que sus presupuestos son siempre minimizados y rebajados lo más posible mientras el dinero público se continúa derrochando con la misma irresponsabilidad de siempre. Que Ruiz Gallardón llegue un día a ocupar la presidencia del Gobierno parece ahora una hipótesis poco probable, pese a todo. Puede que más fácil lo tuviese Aguirre con la alargada sombra de Aznar detrás.