El que suscribe, Antonio Hernández Pérez, en su propio nombre y en el de sus tías y hermanos, descendientes directos del coronel don Raimundo Hernández Comes, en uso de su derecho a réplica y en ejercicio de la libertad de expresión, hace saber a la opinión pública de Zamora lo siguiente:

El miércoles 22 de mayo del año en curso se publicó en este periódico una entrevista con don Manuel González Hernández, estudioso local de la Guerra Civil, en la que daba cuenta de sus investigaciones en torno a la vida y muerte del tristemente célebre Gregorio-Martín Mariscal Hernando, conocido por el apodo de «sargento Veneno» y que fue el autor material del asesinato de Amparo Barayón, esposa del escritor Ramón J. Sender. Quede constancia de nuestra felicitación al señor González Hernández por su excelente trabajo.

Pero el 16 de junio de este mismo año, un artículo firmado por la periodista Irene Gómez, incide de nuevo en esta cuestión y pone en boca del citado don Manuel González una frase (y además destacada en los titulares) que es totalmente subjetiva: «Raimundo Hernández Comes encontró en él (se refiere a Martín Mariscal) un aliado perfecto para cumplir las órdenes de terror y violencia dictadas por el general Mola». Queremos creer que esta frase es un «lapsus linguae» del señor González o una incorrecta interpretación de la periodista, porque dicha frase contradice absolutamente todo lo expresado por el investigador en su anterior entrevista. Allí sostiene que «muchos asesinatos se cometieron a espaldas de las autoridades. Raimundo Hernández Comes, que habitualmente firmaba los traslados de presos de unas cárceles a otras (añadimos nosotros que por orden directa de la Capitanía de Valladolid) no se enteraba, ni él, ni la cúpula que gobernaba, de las cosas que Martín Mariscal hacía por la provincia» y añade que «cuando sus numerosas atrocidades y excesos cometidos a espaldas de las autoridades, llegaron a oídos de estas, fue expulsado de la provincia» y aún más «las autoridades lo sacan de Zamora precisamente por sus excesos, su crueldad y sus abusos y por llevar a cabo fusilamientos sin autorización de los altos cargos» y termina «si las autoridades hubieran hecho la vista gorda, las muertes hubieran sido muchas más». De todo lo cual se deduce que de connivencia entre el teniente coronel don Raimundo Hernández Comes y el pistolero Martín Mariscal, nada de nada. Todo lo contrario. Esta es la verdad.

Nos consta que las autoridades, entre ellas la máxima de la provincia, que era el teniente coronel Hernández Comes, tuvieron conocimiento de las sangrientas andanzas del tal Martín Mariscal a través de denuncias anónimas y confidencias de personas que sabían lo que estaba pasando y que nadie se atrevía a declarar públicamente por el terror y amenazas expresamente impuestos por Martín Mariscal y su banda de pistoleros (porque nunca actuó solo). Nos consta igualmente que, una vez conocidas las atrocidades cometidas, el teniente coronel Hernández Comes, extendió salvoconductos a personas de izquierdas para protegerlas de otros pistoleros de Zamora y Valladolid una vez que Martín Mariscal fue expulsado de la provincia. El que suscribe recibió hace muchos años el testimonio de hijos y nietos de izquierdistas y republicanos que dejan limpio el honor del teniente coronel Hernández, al reconocer que «gracias a don Raimundo y a su hijo don Venancio Hernández Claumarchirant, sus parientes salvaron la vida». Y de esto el firmante da fe bajo palabra de honor. También debe salir a conocimiento público que el teniente coronel Hernández Comes, como dio a entender a sus subordinados de confianza, no fue partidario de armar a los civiles y de hecho llegó a un acuerdo con la Benemérita y el Cuerpo de Carabineros para que no pusieran armas en manos de las organizaciones de izquierdas ni de derechas. Sin embargo, órdenes llegadas de la Capitanía de Valladolid le obligaron a armar a las milicias de Falange, la Ceda y el Requeté, bien en contra de su voluntad. También declaró el teniente coronel Hernández a sus íntimos que las órdenes de general Mola le parecían excesivas, pero que había que cumplidas de acuerdo a la disciplina militar, máxime cuando el general Cabanellas dijo ante muchos testigos a su llegada a Zamora el 30 de julio «¡No hay sangre! ¡Quiero más sangre!». Esta fue la causa del Consejo de Guerra Sumarísimo incoado contra Antonio Pertejo Seseña y Manuel Antón Martín (y vaya nuestra condolencia a sus descendientes) a primeros de agosto del 36, así como de varios consejos de guerra más en los cinco primeros meses de la Guerra Civil. Todo en cumplimiento de las órdenes recibidas, con profundo disgusto y desazón del teniente coronel Hernández a quien repugnaban estos métodos, según testimonio de algunos de sus compañeros militares, pues de haber desobedecido estas órdenes sería él quien sufriera las consecuencias dejando a su familia en desamparo. No obstante hizo todo lo posible para evitar males mayores y por orden suya personal pasó al Juzgado Militar varios asuntos contra afiliados a la milicia de Falange por la muerte de un individuo por varios falangistas sin motivo y el intento de detención por parte de un jefe local de falange de un juez municipal y un alcalde (considerados poco afectos al Alzamiento) en casa de este a las once de la noche. El gobernador civil de Zamora, don Raimundo Hernández, lo que hizo fue no tolerar a Falange ni a ninguna milicia que se saliera de los límites autorizados. Esto le valió verse oficialmente acusado de ser «enemigo de Falange» lo cual propició su destitución como gobernador civil el 11 de febrero de 1937, con gran alivio para él pero con manifiesto disgusto de la población decente y normal de Zamora que, dentro de lo posible, había recibido protección y seguridad por su parte.

El teniente coronel don Raimundo Hernández Comes vivió una época convulsa y desquiciada y tuvo que asumir con estoicismo las responsabilidades que su cargo le impuso por obediencia debida según las ordenanzas y el Código de Justicia Militar entonces vigentes, pero nunca tuvo nada que ver, ni en hechos ni en intenciones, con los desmanes de psicópatas y delincuentes que aprovecharon las circunstancias para dar rienda suelta a sus instintos homicidas.

Para concluir, opinamos que todavía han de pasar varias décadas para que se apaguen las pasiones que todavía alientan porque solo cuando se investigue desde una lejanía imparcial «sine ira et studio» los acontecimientos de aquellos aciagos días, podrá al fin escribirse una Historia que haga justicia a todos.

(*) Pariente de Raimundo Hernández Comes