Como acostumbra a ser común cuando las cuestiones se generalizan o banalizan, se lanzan botes de humo con la doble finalidad de despistar y a la vez intoxicar al auditorio. De este modo se despacha satisfecha la señora alcaldesa cuando en el suelto del diario La Opinión-El Correo de Zamora (30-VI-2013) se escribe «el pavimento de las avenidas Tres Cruces, Príncipe de Asturias y Carlos Pinilla no son del siglo XIX como afirma el señor Mateos». Pues, obviamente. Además de haber leído, estudiado y escrito con abundancia sobre estos asuntos, todavía conservo en mi retina la construcción sobre el tosco solar del hoy bulevar Carlos Pinilla, concienzudo y artesanal trabajo de la empresa Juan Sánchez Cano. Sobre aquella alfombra basáltica, piedra de noble y severo porte, destacaba la magnificencia de la Fundación San José, de Luis Moya, donde rememora en trazo firme e historicista las reminiscencias escurialenses del franquismo austracista. Sobre todo ello he escrito ampliamente. Si usted tuviera alguna somera idea sobre la publicación de la «Zamora y la Modernidad, siglo XX», publicación realizada por mi excelente amigo y discípulo José Luis Gago Vaquero, cuya larga presentación realizo en el libro, vería usted lo que allí se dice de la modernidad y del siglo XX. Cuando yo he dicho que es obra del siglo XIX no me refiero a su tiempo, a su época, a cuándo se hace. Nos sobran los documentos. Lo que afirmo, y esa es la cuestión, es que el estilo, la época, la manera y el modo artesanal de hacer las cosas, la forma de medir el tiempo, la peculiaridad personal, la moda y la práctica que ahí se ejecuta es propia del siglo XIX y primeros años del XX, con anterioridad a la gran Guerra.

Desde los años de Napoleón III, en la Francia de los Campos Elíseos, desde la Inglaterra victoriana de Oxford, Cambridge y el mismo Londres, desde el Madrid galdosiano y recorriendo el mapa de la Europa central desde Viena a Budapest, desde Bruselas y Ámsterdam hasta el norte de Italia y las ciudades trasalpinas hasta la inmortal Roma, se ha mantenido consolidada y resaltada esta forma de alfombrar las ciudades que se aman, con la solera de su tiempo y la sabiduría de su historia.

Lo que yo le quiero añadir como novedad, aunque escrito está en otros papeles míos, es que la marginalidad y configuración fronteriza y periférica de Zamora retarda y retrasa los tiempos estilísticos, congela el devenir con trabas arcaizantes del pasado. Por eso cuando se proyecta el Ensanche, tras el rompimiento de la ciudad murada, se abren nuevos espacios y horizontes diseñados con aires de modernidad en la Zamora finisecular y decimonónica. Con retraso construimos el Ensanche. Nos ha faltado modernidad y decisión. Y, salvo los primeros balbuceos, nos agobiamos y achatamos ante proyectos más sugestivos. Así, cuando hacia los años 40 se proyectó la plaza de Cristo Rey, en vez de abrir horizontes regresamos a la forma circular cíclica de rotondas reiterativas para explicar lo mismo de lo mismo. La vuelta siempre a los orígenes del pasado, aquí siempre congelado y con visión reiterativa, repetitiva. Sin embargo cuando se pone en práctica el arsenal teórico, se regresa al revival circular y enclenque de una ciudad que no supera su viejo cañamazo medieval y románico. La horizontalidad en la plasmación de los espacios, la forma encogida de afrontar los problemas. Existe aquí un mimetismo tardo-estilístico, que no solo consiste en la carencia de medios, sino que es consecuencia primera y más importante de una actitud mental. De aquí que sigamos construyendo románico hasta la época de los Reyes Católicos y barroco hasta el siglo XIX. Pero lo ejecutado tiene una hechura de trabajo artesanal, realizado con premura, con orgullo profesional, con impronta y sello personal, en una palabra, con garbo y estilo.

Por tanto, no se trata de juzgar la historia fáctica de los hechos de la construcción del pavimento que resulta obvio, sino de interpretar su arte, su estilo, su forma. Y a ello me refería cuando mencionaba lo decimonónico de la pavimentación de Zamora.

Desde tiempos, ya remotos, vengo acusando a los regidores de la ciudad del sentido faraónico y de elefantiasis con que se ha operado en la construcción y restauración urbana. La falta de gusto, de modelado y de estilo. El derroche de ricopronto, mitad rural, mitad provinciano con que ha abordado los problemas urbanísticos. Han fundido y derribado la ciudad en la pira del capricho, el endiosado personalismo y de muchos intereses bastardos, poco recomendables, y que hoy estamos pagando todos los zamoranos.

El casco antiguo, histórico-artístico, abandonado a su suerte, carcomido, despoblado y derrumbándose sin solución. Las plazoletas, ensimismadas y microclimáticas, de fuentes y jardincillos, convertidas en hormigón desértico sin espacios para el encuentro y el diálogo. Se han realizado inversiones millonarias, derrochando dineros a título de algunos inventarios. ¿Qué fue de la plaza de San Gil, donde se descubrieron notables restos románicos y que fueron enterrados sin cumplir las promesas hechas sobre visionalización arqueológica? ¿Dónde está la inmemorial plaza de San Martín, que ha sufrido en escaso tiempo mil transformaciones y consumido ríos de dinero en uso y cambio, destruyendo la perspectiva visual del bosque de Valorio? La desaparición de las plazuelas desde la Catedral hasta la circunvalación en la frontera de las avenidas, como los mártires en Zaragoza, son innumerables.

Esa falta de medidas equilibradas y ponderadas, ejecutadas a la vez con artesanía y mesura en el dominio y caricia de las cosas pequeñas con personalidad y estilo, será el estigma que les perseguirá siempre. No es extraño que queráis arrasar con el pavimento emblemático y residual de Zamora que recuerda el ayer y revive en nosotros la añoranza de la ciudad monumental. Esa es vuestra constante. Y lo que vais a ejecutar, además de antieconómico, puesto que cada dos años vais a invertir en la gotera que habéis creado, resulta una manifestación palpable de mal gusto. Reverberación derritiéndose con el implacable sol agosteño sobre calles y plazas. Ese será vuestro castigo.

Que las gentes lo reclaman con el resultado de vuestra pedagogía y modelo. Al fin y decían los clásicos sabios «si el vulgo calla, malo; y si te aplaude, peor». Embetunen las calles y las avenidas: es el mejor reflejo del betún mental que nos invade.

Por lo demás, salpica, señora alcaldesa, su entrevista en el diario La Opinión-El Correo de Zamora con frases y decires de la política partidista de ocasión que merecerían una reflexión más amplia y amena. Qué le parece su píldora «¿por qué ese afán en mantener lo que no es necesario?». Confunde usted lo necesario con lo valioso. La alusión a los intelectuales me produce, más que miedo, pena. Al final, suelta la traca como el latiguillo de los antiguos próceres: «ya que no pudo resolverse el problema del aparcamiento, al menos que el tráfico esté fluido». Debería usted dar las gracias a Adeiza porque el aparcamiento hubiese sido su tumba política. Ahí hubieran perecido todos como los filisteos, cuando se derrumbó el templo.

Pero si es valiente y consecuente realice el aparcamiento ahora como prometió a sus electores. Ya Adeiza no frena sus planes y proyectos. ¿Dónde están? No los vemos en derredor. Tienen mayoría absoluta para imponer sus criterios. No por la ley del debate y la razón, sino por la fuerza de los votos. Ya el ciudadano va aprendiendo en su propio bolsillo la diferencia que existe entre mandar -en España hemos sido muy «Mandonios»- y gobernar. Vivir para ver.