Millones de españoles siguieron en la madrugada, ante el televisor, la final de Maracaná, con Brasil y España disputando la llamada Copa Confederaciones, un invento más de la impresentable FIFA dispuesta a sacar leche de un botijo y dinero del fútbol, aunque sea a base de exprimir a tope a jugadores y a clubes que al final son quienes pagan las consecuencias. La noche calurosa invitaba, por otra parte, a no meterse en la cama, y a ver lo que hacía la selección nacional, por mal nombre la Roja desde hace algún tiempo, confiando en que se trajesen para casa un nuevo título, el que faltaba.

Pero no pudo ser y nada más puesto en juego el balón se temió que el sueño fuese a convertirse en pesadilla. Dos minutos iban transcurridos y ya Casillas demostraba por qué Mourinho le había quitado la titularidad. Primer gol y clara superioridad de los brasileños, auténticos artistas con y sin la pelota en los pies, jugando a los espacios libres, con una rapidez pasmosa y unos contragolpes peligrosos siempre, pero a lo que había que añadir algo de lo que antes parecía carecer la selección carioca: una presión endiablada al contrario y una enorme contundencia. Brasil ha modernizado y europeizado su fútbol. Su manera de jugar y de plantear el choque recordaba de alguna manera al Madrid de las últimas temporadas.

Enfrente, España asistía pasmada al espectáculo amarillo sin saber cómo frenar el huracán de fútbol que tenía encima. Había comenzado bien el torneo contra Uruguay pero después el equipo había ido a menos ostensiblemente como ya se pudo apreciar contra Italia. El juego del Barcelona que tanto admira el exresentido madridista Del Bosque, y que intenta aplicar como sea y donde sea, solo funciona ante equipos de menor entidad. Los brasileños desarbolaron por entero a una selección en la que todos jugaron mal, unos peor que otros, y que careció de ideas y de intensidad para hacer frente a lo que se les venía encima. Esta vez la suerte de otras ocasiones no acudió a la cita y hasta Sergio Ramos volvió a fallar un penalti. El batacazo ha sido grande y la goleada pudo ser mayor, porque la diferencia entre ambos equipos fue abismal.

Puede que como ha dicho Del Bosque convenga perder de vez en cuando para tener los pies sobre el suelo. Porque los indicios de fin de ciclo parecen evidentes. Por su parte, el técnico no supo leer el partido ni reaccionó en ningún momento ante lo que se les venía encima. De los dos jugadores icono, Casillas sigue inseguro y a Xavi ya, últimamente, es que ni se le ve por el campo a no ser para lanzar los saques de esquina o las faltas. Muy mal los laterales, que acabaron desquiciados, y arriba poca cosa, casi nada. Lo cierto es que Del Bosque se encontró en su día un equipo campeón, hecho por el técnico anterior, Luis Aragonés, con el que ha ganado el título mundial, pero al que se le está acabando la cuerda.

Que la selección nacional ha marcado un hito en la historia del fútbol y del deporte español es indudable y aficionados y no aficionados nos sentimos orgullos de ello. A ver quién nos tose. Lo de menos es la copa esta que se ha perdido y que viene a ser como el torneo de la galleta. Pero se acerca, de cara al Mundial de Brasil de 2014, la hora de ir renovando y alejando mitos y prejuicios personales.