Cuando las fotos eran escasas, el fotografiado era «inmortalizado». Ahora se hacen millones de fotos por segundo y se emplean miles de horas en colgarlas en la red para que los demás (no) las vea. Pese a esa abundancia, seguimos dándoles valor, incluso a las fotos que no se hacen. Llevamos tres semanas viendo la foto que nunca se hizo Mariano Rajoy con Artur Mas para poder hablar sin interferencias gestuales de cara al público. Se evitó que el apretón de manos simbolizara el pulso soberanista y que el rito previo de la escalera y su semántica (recibir en el coche, esperar desde lo alto) acabaran condicionando las resultas y su relato.

Peor es el caso de la vieja fotografía del presidente de la Xunta de Galicia con el contrabandista y narcotraficante Marcial Dorado que no acaba de desaparecer. A Alberto Núñez Feijóo esa foto, como un escrache gráfico, le persigue, le acosa y le dice cosas que no le gustan. Si Núñez Feijóo pudiera aplicarle el photoshop, hace cinco años habría quitado al delincuente de su lado pero ahora habría desembarcado del yate.

Actualmente, esa imagen le obliga a decir miles de palabras que se mienten y desmienten unas a otras («yo no sabía que narcotraficaba», «nunca firmé contratos», «nunca hubo conversaciones»). Ese yate lleva a bordo una mentalidad de los noventa que ahora ha naufragado. No es que no se conociera el presente del dueño de la embarcación, es que el invitado no sabía su futuro, que llegaría a presidir Galicia y, por tanto, sería la única persona que no podría decir que el contrabandista es una especie anfibia y fronteriza que forma parte del ecosistema galaico. También que a una parte de la política y de la mentalidad de los políticos siempre les importo más el oro que el desdoro de quienes negociaban con tabaco y otras mercancías sin pagar impuestos, porque el primero era mucho y el segundo, poco.