Mi mejor amiga me recrimina ásperamente la inversión de diez euros en la contemplación de la última película de Almodóvar. Apunta juiciosa que mi reincidencia en un producto trasnochado «es una señal de que el país todavía no ha tocado fondo». Análisis acertado y conclusión desparejada, porque «Los amantes pasajeros» simboliza la llegada de este país al punto más bajo de su trayectoria. Dado que no me atrevo a contradecir a mi enérgica amiga en persona, le recomiendo paradójicamente desde aquí la dolorosa visión de la aérea, y por tanto gaseosa, película de Almodóvar. Su cine juega un papel capital para entender cómo entienden a España en el extranjero. Dejo a los expertos el éxtasis horario ante la evolución de la prima de riesgo, porque «Los amantes pasajeros» compendia los males que aquejan al país almodovariano. Almodóvar también se anticipó a la crisis, porque su cine se desmoronó antes que la Bolsa. El humilde espectáculo de varietés que ha montado a bordo de un avión retrata a un país ayuno de confianza en sí mismo. Las reacciones se han acogido al guión. Indiferencia generalizada y la condena a la hoguera de Carlos Boyero. En una fría noche vallisoletana, el crítico nos desmenuzaba el origen de su enemistad con el cineasta, desde su calidez de interlocutor ideal y bajo la premisa de que nadie es más duro con Boyero que el propio Boyero. Los amantes pasajeros es probablemente la película comercial de mayor densidad homosexual de la historia. La felación es el asunto fundamental a debate. El leve encogimiento de hombros que ha suscitado puede interpretarse alternativamente como una prueba de madurez de la audiencia, o como otro síntoma de menosprecio ante la gravedad comparada de los acontecimientos económicos. La animadversión actual está concentrada en los banqueros, cualquier intento de provocación no financiera queda desactivado en la raíz. Pese a la pobreza de los resultados, Almodóvar no abandona su pretenciosidad característica. Frente a su labia de redentor de la democracia, no merece la pena el esfuerzo de una película para contrariar al muy heterosexual Jorge Fernández Díaz. Mientras nos preguntamos si Banderas y Penélope qué Cruz son los peores actores desde la Creación, la pesadumbre generalizada obliga a plantearse que aquella España fogosa pero sabia, ruidosa pero escéptica, nunca existió. Solo tenía cabida en los delirios de Almodóvar.