La gente del pueblo habla y habla de temas económicos y financieros, simplificándolos para mejor entenderlos. Presencio la queja de la tendera, por la infidelidad de la vieja clienta; esta confiesa que al comprar aplica la teoría de la mejor relación entre calidad y precio, que lo bueno a bajo coste es dos veces bueno y que «a la vuelta lo venden tinto». Pienso que las penurias derivadas de la crisis pertinaz han restado vigencia al lógico principio mercantil invocado por la clienta de marras. Todo el mundo protesta por el encarecimiento desmedido de los servicios; los usuarios se ven obligados a pagar más cuando menos tienen; ¿quizá su situación económica es ignorada por la Administración? Sea lo que sea, es evidente que suele recurrir a la solución más fácil y segura: en vez de aligerar los costos, los carga aparentemente sin miramientos ni compasión, sobre los debilitados hombros del ciudadano, acerico tolerante de impuestos, tasas y demás gabelas «montoreras». Hay quien afirma que el personal tenía motivos sobrados para esperar otra cosa de un Gobierno de notables especialistas en Economía, tal vez en contraposición con ciertas mediocridades ministriles de tiempos anteriores. Es justo exigir de todo gobernante que haga realidad su palabra; que responda al catequético «mostrad cómo», pues no haciéndolo defraudaría al pueblo elector. No hay que desesperar: aunque la situación apremie, aún queda tiempo. Para alivio de desesperanzados, Rajoy declara que se va despejando el camino: así será cuando lo dice, por más que palabras de político no sean necesariamente dogmáticas, basta con que merezcan credibilidad. Si es cierto que vamos tirando, no se ha perdido toda la esperanza de llegar a la meta fijada por Rajoy en aquel programa electoral que en su momento encandiló a no pocos y hasta ahora ha sido incumplido en casi todos los aspectos más importantes.

Hoy el pueblo vive peor y a mayor coste. No sorprende que reciba con preocupación todo anuncio de mudanzas. Por experiencia sabe que ciertos cambios no se hacen para proporcionar mejoras y progreso; significan retroceso en el servicio y aumento de las tasas. Tal sucede, al parecer de forma inexorable, con determinados servicios municipales que encarecen de tiempo en tiempo sin ofrecer a cambio mejoras notables para el usuario. Y no solo ocurre con las empresas públicas; se observa también, y acaso con mayores perjuicios generales, en las privadas.

Se lamentan los clientes de bancos, comercios y transportes; aseguran que a pesar de las buenas palabras, no disfrutan del excelente trato de tiempos anteriores. La crisis ha trastocado todo, hasta las tradicionales relaciones del comercio. Es probable que la reducción de las plantillas y los malhadados recortes hayan determinado esta situación que probablemente durará poco, pues al gobernante y al empresario les urge volver por los buenos modos que les garantizan la confianza del público.

Mientras quedan a la espera los tímidos augurios de Rajoy, la política partidista sigue en la lucha barriobajera y desagradable. Únicamente tienen cierta gracia e interés los vis a vis de las Sorayas pucelanas; todo lo demás se resuelve en descalificaciones, diatribas y ganas de pelea. La incursión del juez Gómez Bermúdez en el asunto Bárcenas ha sido interpretada como muestra fehaciente de la creciente politización de la justicia. Más de un suspicaz podría preguntarse quién le ha dado al famoso juez del 11-M la vela que, según parece, tenía encendida en su mano el juez Ruz. ¿Por qué se ha apresurado el señor Gómez a mostrarse tan interesado en el intrincado caso, complicado por manifiestas y graves connotaciones políticas?

Cuando voy a poner el punto finalísimo al trabajo de hoy, me entero por la televisión de que «Habemus papam». Ninguno de los pronosticadores acertó. Solo se me ocurre gritar: ¡Viva el Espíritu Santo!