La única opción de que un nuevo papa dé un vuelco a la Iglesia es que sea un buen simulador, que en su carrera se haya ido acomodando al discurso oficial, reservándose las íntimas convicciones. Cuanto más férreo es un proceso de selección para asegurar fidelidad, más se resguardan las ideas. De ese modo, el programa secreto del futuro papa, que solo él conoce, sería la esperanza de la Iglesia, lo que haría primar las tipologías culturales. ¿Quién es más apto para la simulación? Anglosajones e irlandeses puedan ser muy falsos, pero el discurso de la verdad los atenaza. La gravedad de un centroeuropeo le impide jugar al despiste. Un brasileño, como recién llegado, aquejaría el fervor del catecúmeno. Aunque el italiano es príncipe del disimulo, para una jugada de engaño el rey siempre es el argentino. ¿Podría colarse el Espíritu por ese hueco entre lo que se aparenta y lo que se piensa?