Cuando la fruta está madura, reventona, pierde el control de sus formas por el empuje muerto del azúcar, libada por el tiempo. Con la geografía ya dispersa por las anchuras del vivir, almibarada, tiembla y se cae. Y si alguien no la recoge, en pocos días se funde con el barro y la podredumbre. Así está ocurriendo ahora con esta sociedad, maniatada por la comodidad, temblona por el miedo, acongojada por lo que pueda venir. Maldita condición que se nos dio a los humanos para que temiéramos lo que está por venir. El miedo a la batalla nos ha derrotado de antemano.

Nadie rechista. Ahora que hay mil motivos para la protesta, nos han atado al palo del destino con goma para cazar pajaritos, no movemos ni un pelo. Me lo dijo ayer un técnico-sindicalista agrario: «Ya nadie se queja, el campo está muerto, nos están pinchando con agujas de calceta y no decimos ni ay». No gritan ni el campo ni la ciudad. Se han quedado afónicos por ese frío gélido que viene del norte. Vivimos acurrucados junto al abismo y nadie quiere dar un paso, por si se enfada el viento y lo arrastra hacia el precipicio, que hay que conservar el rincón que nos han dado.

Cuando sabíamos las respuestas nos cambiaron las preguntas. Así lo dijo el gran Mario Benedetti hace ya años. Ahora lo que han hecho es quitarnos las preguntas. Nada. No hay hoja de ruta. Han descubierto que es mejor enterrar los enunciados, tapar las señales; que cada cual se enfrente a lo que está por venir solo con el escudo de sus miedos, sin preguntas que hagan pensar; que el mañana solo sea un interrogante como un campanario.

Donde mires, da igual, solo hay vacío. Un ejemplo, lo de la nueva ordenación territorial, también llamada reforma de la administración local, que hasta con los términos enredan para confundir. Montoro por un lado y De Santiago, por otro, ¿quién lo entiende? Da la impresión, de verdad, que unos y otros lo que quieren es acabar con el ámbito rural. Hacer del campo una gran reserva dirigida desde la ciudad. En vez de aplicar el sentido común, tecnócratas y políticos se empeñan en poner todo patas arriba con el fin de evitar que toque tierra.

Los municipios de siempre nos los van a robar y se los van a llevar a su molino. Y los que queden, lucirán desteñidos, que por cojones hay que aceptar lo que digan los que mandan. La fruta está madura. Y hay miedo, mucho miedo.