Surrealista y patética imagen, pero bien representativa de la España de la crisis, la de hace unos días en el Congreso con Rajoy anunciando el déficit presupuestario del 6,7 % -que en realidad es bastante mayor- y los diputados del PP aplaudiendo casi enfervorizados. Solo faltó la señora Fabra, con su «que se jodan», para poner la guinda y la rúbrica. A eso se ha llegado.

Pero por mucho que saque pecho Rajoy, las cosas son como son y ni siquiera estos supuestos logros consiguen otorgar credibilidad a un Gobierno de promesas incumplidas que ha hecho y sigue haciendo cargar todo el peso de la situación a los ciudadanos, a sus clases sociales menos favorecidas, mientras los de siempre y la densa casta política siguen yéndose de rositas.

Se habrá cumplido el compromiso europeo macroeconómico, puede, pero las economías domésticas continúan a la deriva y de mal en peor. Hay más paro que antes y con negras perspectivas de aumento para el año en curso, los salarios siguen a la baja o estancados, los bancos continúan sin dar apenas créditos pese a tanto dinero oficial recibido, el consumo decae aceleradamente creando un grave problema en la industria y el comercio, y aunque diga Montoro, y De Guindos, y demás, que no subirán los impuestos, nadie les cree, y en todo caso resulta que ya han subido demasiado, tanto que no se puede aguantar y que la cuestión, para mucha gente, es sobrevivir hasta ver si se sale de la crisis.

¿Qué aplauden entonces los del PP? Pues aplauden a su líder, a un Rajoy que ha hecho recaer todo el sacrificio sobre las espaldas de una población esquilmada y empobrecida pero que mantiene contra viento y marea los privilegios de la banca y de la casta política, a la que pertenece. Ahí está la primera parte de la reforma administrativa, la local, que cambia algunas cosas en cuanto a la forma pero que en el fondo no varía nada o muy poco, dejando en pie las inútiles diputaciones, un vivero de votos y de colocaciones a dedo para los partidos pero que cuestan 25.000 millones de euros cada año a los contribuyentes. Y, por supuesto, lo mismo va a suceder con la administración central y de las autonomías, y eso que los 17 reinos de taifas en que fue troceado el país, han sido y siguen siendo con sus inflados, despilfarradores y estériles aparatos burocráticos la causa principal, junto a la banca y el ladrillo, de todos los males.

Ahí están todos y ahí van a seguir, con sus gobiernillos, parlamentos, televisiones, defensores de la región, consejos consultivos y de cuentas, y demás mandangas, aparte de los infinitos cargos de confianza designados a dedo. Cuando se acaben los fondos se incrementan los impuestos, se vuelve a hacer recortes en los sueldos y pensiones, en la sanidad, en la enseñanza, en lo que sea, y ya está. Los únicos que van a notar algo las reformas de Rajoy son los concejales, pues habrá menos ediles liberados y con sueldo. Lo que les ha sentado muy mal, según se desprende de algunas opiniones recogidas en un diario nacional, y que van desde considerarlo un desprecio a la labor pública local a los que dicen que tendrán que irse a la empresa privada. Eso, eso, que se vayan. A ver si hay empresarios que los contraten.