Para unos, los antichavistas, la muerte de Hugo Chávez ha supuesto un alivio, una oportunidad de cambio y por lo tanto democrática y un desafío geopolítico. Para otros la desaparición del líder bolivariano ha supuesto una tragedia de grandes proporciones. Tan grande es la huella dejada, para bien o para mal, por el presidente venezolano que habrá un antes y un después de Chávez. Todo está por ver. Lo único cierto es que el cáncer ha podido con la vida del mandatario y que la muerte se lo ha llevado en medio de un oscurantismo preocupante. ¿Falleció en Venezuela o en Cuba? ¿Volvió a casa para morir o había esperanza? ¿De qué ha muerto en realidad el presidente del país caribeño? Todo son incógnitas que la autoridad, representada en Nicolás Maduro, el hombre señalado a dedo por Chávez como sucesor, no ha podido, no ha querido o no ha sabido despejar.

Todos, dentro y fuera de Venezuela, conocían el preocupante y delicado estado de salud del mandatario. Las autoridades de su país no quisieron hablar de su incapacitación para gobernar debido a su estado extremadamente grave. ¿Había miedo a pronunciar la palabra? ¿Temían las consecuencias que se pudieran derivar del anuncio? El final de Chávez ha sido la crónica de una muerte anunciada, solo que al estilo del país, ocultando a los ciudadanos la realidad de los hechos. Ningún mandatario puede estar, ni en la vida ni en la muerte, por encima de la Carta Magna de su país, no puede estar por encima de la verdad. Chávez y quienes le rodearon, sí.

Hay aspectos censurables de cómo se ha llevado a cabo la última etapa de la enfermedad del caudillo venezolano. Ahora, lo realmente insultante y descabellado es la teoría esgrimida por un sansirolé como el vicepresidente Maduro, que tras sacar pecho y en un tono combativo, puede que para justificar lo injustificable de sus comparecencias y de su actitud, no se le ha ocurrido otra cosa que dedicarse a hablar de teorías conspiratorias y a señalar un culpable de la enfermedad y muerte del presidente. Apuntó Maduro a «la élite imperialista» y más concretamente a Estados Unidos como los causantes del cáncer. Sin duda se trató de una comparecencia extraña destinada a centrar sus ataques a la «derecha más extrema» y a los «traidores a la patria» y en la que solo en sus últimos minutos dejó entrever malos augurios.

Eso es no aceptar la realidad. Eso demuestra que el segundo de a bordo no tiene cintura política y busca excusas donde no las hay. El señor Maduro no está maduro para gobernar. Le faltan una serie de lecciones prácticas sobre diplomacia y capacidad para la aceptación de los hechos según vengan, no según convengan. Este señor no sabe que ni siquiera los líderes bolivarianos son eternos, que la muerte está siempre al acecho y que no perdona ni a ricos ni a pordioseros, ni a políticos, ni a militares ni a civiles, ni siquiera perdona a curas, religiosas y obispos y que incluso los papas también fallecen, llegado su momento.

Si Maduro y sus teorías conspiratorias es lo que le espera a Venezuela en la era post-Chávez, lo mejor que puede ocurrirle al país es que este señor pierda democráticamente las elecciones y que a los ciudadanos se les abran los ojos definitivamente y voten con la cabeza en lugar de hacerlo con el corazón, presos de las emociones o por efecto del miedo y las presiones gubernamentales y de partido.