Son las gafas de colores, no encuentro otra explicación. Este ministro, cuando estaba con Aznar presumía de liberal. Es verdad que llevaba un aire menos atusado, un porte más apacible, casi tímido.

Ahora, con menos pelo, se ha desmelenado y día sí, día no, sale en la tele, semblante afilado y voz de pito, ejerciendo de azote de defraudadores. O eso dice. Y de ello ejerce. El ministro Montoro, al que no se le tenía por el más brillante, ni el más apto, ni el más preparado, ni el más político del equipo económico que Aznar unció alrededor de Rodrigo Rato, se ha convertido en el conde Drácula de la política fiscal del Gobierno.

No es que no sea su obligación cumplir con la función que tiene encomendada, pero eso de que se le note tanto en la cara que disfruta con lo que hace y goza con lo que amenaza, perfuma el ambiente con un aroma de azufre que no mola nada. Como para no tener sulfurada a media España. A empresarios y autónomos. Al resto de los políticos. A los artistas. A los comunicadores. Todos los días toca.

Cierto que se viste de santa Inquisición. Persecutor de herejes. Flagelo de desleales tributarios. Si lo que digo es que hay que cumplir la ley y con el deber de solidaridad, pensará el ministro, no entiendo de qué se quejan. Pero, ¡ay!, en ese momento se le escapa por las torcidas comisuras una sonrisa malévola que, acompañada de un desvelador brillo en los ojos, lo delata. El otro día volví a escuchar un comentario que ya más veces oí en público ante su imagen en televisión. Sádico, fue el calificativo con el que lo dibujaron.

La Hacienda Pública es necesaria para recaudar y redistribuir lo recaudado por las arcas públicas. Es cierto que está sobredimensionada con la excusa de un estado del bienestar que ha terminado convirtiéndose en el bienestar del estado, pero cumple una función imprescindible. Pero no puede funcionar de acuerdo a la ley del oeste. Ni Hacienda ni el ministro que la dirige. Porque lo que no dice el ministro es que a muchos de los que él tilda de defraudadores no son tales, sino contribuyentes que han interpretado la ley de manera diferente a como lo hacen los chicos de Hacienda, cuyo criterio, por otro lado es bastante voluble y no solo por lo poderoso que sea aquel al que puedan tener enfrente.

Abusa este moderno Robespierre del lanzamiento de insinuaciones buscando sembrar un terror que no genera respeto a la ley, sino miedo a la arbitrariedad, la inseguridad jurídica y a la ausencia de Estado de Derecho. Desconozco la causa de la transformación en tan pocos años del ministro Montoro. O de la campaña electoral en que iba a bajar los impuestos a cuando nos los ha subido todos. Solo pueden ser las gafas de colores.

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