Zamora está de enhorabuena, ha estrenado un nuevo puente. Tender puentes es una acertada y bella metáfora de comunicación y acercamiento; y se dice cortar un puente para significar la traumática ruptura de una relación. El puente nace con vocación de permanencia, como si el hombre, el autor, deseara transmitirle su personal inclinación a la eternidad.

Constata una lápida que el puente de Alcántara fue proyectado por el arquitecto Cayo Julio Lácer para que durara por los siglos del mundo perpetuo («pontem perpetui mansurum in saecula mundi» reza el texto latino). La obra fue terminada en el año quinto del consulado de Trajano (106 d.C.); otra lápida relaciona los once pueblos que colaboraron económicamente a la construcción del puente; singular caso de justicia histórica, pues los paganini merecen parte de la gloria que en exclusiva suele atribuirse a trajanos y reyes-alcaldes. Han pasado dos mil años, y la sólida y elegante estructura del Puente de Alcántara se muestra tan elegante y perdurable como Lácer la soñó. Es el destino deseable para el nuevo puente zamorano: ser perpetuo como el «río Duradero» de Claudio Rodríguez. Contemplando el correr inalterado del Tíber bajo un puente de Roma, don Francisco de Quevedo dio con la paradoja genial de considerar los ríos «sub specie aeternitatis»: Solo lo fugitivo permanece y dura, sentenció en versos que hacían decir al crítico Sainz de Robles «¡a ver quién los mejora».

¿Qué nombre le pondremos? He leído la pregunta en la crónica de la inauguración del flamante puente. Parece lógico y justo que el pueblo lo bautice por su cuenta, con nombre de puente. Por antonomasia Alcántara es nombre de puente; Alcántara -el puente- lo llamaron los moros invasores. Contra la moda de la memoria impuesta inaugurada por Mesonero Romano, el cronista de la Villa de Madrid, Enrique de Aguinaga sostiene la racional perogrullada de que las calles deben tener nombre de calle; esto es, un nombre derivado de alguna circunstancia peculiar de la misma. Como escribo en Madrid, me vienen a la memoria la Puente Segoviana y el Puente de Toledo; nadie necesita que se le explique la razón de estas denominaciones porque lo obvio no precisa de aclaraciones; si en nuestra tertulia de zamoranos, alguien cita el puente de los Tres Árboles, todos podemos localizarlo sin miedo a equivocarnos; en cambio, existen en el callejero de cualquiera ciudad nombres de los que sería muy difícil, si no imposible, allegar alguna noticia. Ítem mas: La memoria impuesta por motivos políticos entraña siempre el molesto y costoso inconveniente de la alternancia en el gobierno: los republicanos sustituyen en el callejero los nombres dados por los monárquicos, y viceversa; y los cambios los paga el contribuyente, el Liborio que dicen los hispanos de la otra orilla. Con frecuencia protesta el sentido común por los disparates cometidos en nombre de la memoria impuesta. En tiempo posterior al golpe revolucionario de Los Claveles seguí con el inolvidable Pérez Las Clotas una manifestación por las calles lisboetas; nos acompañaba e informaba un amigo portugués, periodista de nota y entusiasta del movimiento del 25 de abril. Se mostraba indignado porque se había cambiado el nombre del Puente Salazar; no le merecía reconocimiento alguno el dictador derrocado; sin embargo, su nombre en el maravilloso puente podía ser aceptado como dato histórico de una época. Pero no estaba bien que la revolución se vistiera con plumas ajenas, puesto que en sí misma estaba justificada. Entonces dejemos que el pueblo por motivos que el político ignora o no tiene en cuenta, sea el Adán afortunado que de nombre a las novedades de la ciudad.

Recién inaugurado la nueva obra que ha despertado curiosidad y entusiasmo en el vecindario, ya se habla de la conveniencia de completar la noble y variada teoría de puentes que ponen en comunicación las dos orillas del ancho río, que pancho y noblote discurre por Zamora. «Dura el paso sosegado/del Duero por Tordesillas», advirtió Luis Rosales. En Zamora más que durar, es duradero, intemporal. Burlándose del enteco Manzanares, el incisivo epigramista criticó la demasía de la Puente Segoviana. En cambio, el padre Duero es río de muchos puentes; pedir uno mas no parece exagerado si hay quien lo pague. Repetimos: tender puentes es una bella y acertada metáfora de comunicación entre los hombres de buena voluntad.