Por fin, después de muchas y largas esperas el nuevo puente es una realidad, ese puente de la verdad porque lleva consigo dos verdades en una: la primera es que arranca, nace y bordea una parte el Campo de la Verdad, zona que enmarca uno de los capítulos de nuestra historia cargada de leyendas. La segunda es que se han cumplido por una vez tantas y tantas promesas, programas y proyectos electorales de los cuales nadie vuelve a acordarse hasta las siguientes elecciones. Todos nuestros puentes, salvo el romano que se llevó el anillo del obispo Atilano, han sido promesas y promesas. El rey Alfonso VII lo hizo en su visita a San Martín Cid en Bellofonte. Más tarde se le concedió a la ciudad el Puente Mayor, del que nos quedan los maltratados restos. Si nos vamos aguas arriba, don Práxedes Mateo Sagasta nos regaló el de Hierro a costa de una novia y poco más arriba el ministro Luis Ortiz enlazó Cardenal Cisneros y abrió aquella puerta que enlazara la N-630, Autovía de la Plata aún sin rematar después de más de dos mil años de historia. Más que un eje histórico olvidado es una triste definición de la caterva de ganapanes que, muy listillos para lo suyo, pero no pasaron con nota la última reválida del plan del treinta y ocho.

Nos quedan dos remates importantes para completar la obra con la categoría que esta tiene y significa: de un lado el enlace por el lado de la margen izquierda de nuestro padre Duero y para terminar, aunque solo sea por el vergonzoso olvido de una vía dos veces milenaria de toda la península ibérica esa que fue la Hispania Romana, la provincia más fecunda de todo el imperio en todo y por todo, ahora fragmentada rota y despreciada por esa miserable y triste división político-administrativa fruto, símbolo y trágica experiencia de quienes no sabían ni daban más de sí. Al fin y al cabo, un testimonio más de cómo se ha escrito nuestra historia. Con los bueyes que nos aran, mucho me temo que va para largo, salvo que se dé algún error fuera de los programados y salten los seguros, acelerando la vuelta a la unidad, no sé si rota, olvidada o perdida definitivamente para siempre.

Después de todo celebramos con alegría y mejor humor la inauguración del puente, la obra, el emplazamiento, los motivos que despertara ese trazado, como línea límite y además convertido en un auténtico mirador de la ciudad y para la ciudad.

Al margen de toda esa peripecia política y de ese entramado provinciano, muchas veces un tanto ruin y ramplón, no seríamos serios y responsables si no reconocemos, admiramos y nos sentimos hasta entusiasmados por esta auténtica joya arquitectónica que ennoblece y enriquece el conjunto a la ciudad. Bienvenido sea y enhorabuena y felicitaciones a quienes han hecho posible este casi milagro.