La columna de hoy, como la de ayer y como la de mañana, tiene una dedicatoria: a los lectores del periódico. Sobre todo, los lectores que me honran con su atención y su aprecio. Incluso aquellos de los que recibo la crítica más ácida, el desdén y la indiferencia. Lo cierto es que son más los primeros. Los que me detienen en la calle de Santa Clara para darme ánimos, en la cola del súper para decirme «te leo todos los días», los que reflexionan conmigo, los que conmigo ríen y lloran, los que me dedican una sonrisa e incluso los de la mirada cómplice con la que nos entendemos sin palabras.

A todos, gracias por esos trescientos sesenta y cinco días de los que he fallado muy pocos. Los domingos porque descanso y poco más. Bueno, este año que se va, los días posteriores al fallecimiento de mi papá, que fue un golpe bajo. Me gusta saberles ahí. Me gusta escribir para ustedes aunque a veces no sea oportuna o no tenga a la musa conmigo y la pifie. Quiero pedirles por eso perdón. Quiero que cuando el miércoles nos volvamos a encontrar, ustedes y yo nos miremos con afecto y lo hagamos directamente a los ojos, aunque los míos tengan que ser estos de papel sobre los que recaen unos cuantos años desde que fuera tomada la instantánea.

Cuando nos volvamos a ver, el nuevo año habrá iniciado su recorrido por nuestra vida o puede que sea al revés, que nuestra vida haya iniciado el recorrido por el nuevo año. Dicen que será tanto o más duro que este que languidece. Que el primer semestre será de campanillas. Si nos pilla preparados, si nos sorprende unidos y con ganas de ponerle al mal tiempo buena cara, no podrá con nosotros. Tendrá que conformarse con darnos la barrila, con asustarnos y poco más. No podemos sucumbir por mucho que la economía sucumba a la crisis. Ni permitirlo ni consentirlo.

Siento ya el soplo fresco del año que se aproxima a grandes pasos y pido que la esperanza nos acompañe a todos. Que no la perdamos por mal que vengan dadas. Yo confío en el nuevo año. Y quiero ser capaz de trasladar al lector esa confianza. Ni más ni menos que la que yo recibo de gente extraordinaria que cada día me da el regalo de su amistad y el otro no menos edificante de su experiencia. Cuando todo parece perdido siempre hay una mano que se tiende, una llamada que no esperas, una carta que por fin llega, un encuentro confortante. Además, hay dos refugios que no fallan, el de Dios y el de la Madre.

Lo he dicho y escrito en infinidad de ocasiones, rindo culto a la amistad, solo que a fuer de ser sincera, cada día que pasa me doy más cuenta de que amistades muchas y amigos los justos y necesarios, los que permanecen, los que nos asisten en nuestros días tristes, aquellos de lazo indisoluble más fuerte y estrecho que el de la sangre y la familia. Que vaya con viento fresco este año que se va sin prisa pero sin pausa y quedemos todos con Dios. Que el buen vino de Toro no embriague nuestros sentimientos y cada una de las doce uvas sea un deseo cumplido para usted, querido lector o lectora, a lo largo del próximo año. Y, lo dicho, perdón si no he estado a la altura debida. A todos un fuerte abrazo con calor de manta zamorana y hasta el miércoles si Dios lo quiere. Es decir, hasta el año que viene.