En el año I de la Nueva Era un silencio sobrecogedor invade la metrópoli y únicamente las fuerzas de la naturaleza, de tarde en tarde, lo rompen.

Con el primer resplandor de la madrugada enormes chimeneas, con sus raíces de hollín en las plantas bajas, emergen lentamente de los tejados mientras una multitud de individuos discurre por las avenidas camino de la factoría asignada. Allí permanecerán hasta la vuelta a sus barracones, ya al anochecer.

Cuentan, en voz baja, que alguna vez tras esos cristales, a esta hora del día, iluminados de las casas hubo caricias y gentes que soñaban. Sucedió hace tiempo, cuando los hombres eran dueños de su destino y las palabras tenían sentido. Cuando había certezas. Mucho antes de que los actos cotidianos se volvieran incontrolables y de que este territorio fascinante se convirtiera en un montón de ruinas y derrotas.

Todo comenzó con la apatía de quienes optaron por la indiferencia como forma de ejercer su libertad frente a la estupidez de una casta política ebria de codicia. Fue un proceso largo, denunciado por algunos y con frecuencia doloroso, astutamente diseñado en oscuros habitáculos por gentes invisibles. Su estrategia era acabar con el inmenso poder de la palabra y no cejaron hasta conseguirlo.

Sabedores de que la capacidad de transmitir pensamientos ordenando los sonidos es el mayor logro de la especie humana y quien la ha encumbrado en lo más alto de la escala evolutiva, se dedicaron a corromper el lenguaje. De forma sistemática destruyeron su fiabilidad con mentiras, al punto de que nada significaba lo que parecía. Se perdió el respeto a la gramática, y cuando las palabras dejaron de tener sentido es cuando la vida se tornó extraña. Sin ellas se derrumbó aquel mundo, en el que tan seguros nos habíamos creído hasta entonces, y caímos en la confusión y el caos. Era el final del proceso y el nacimiento de la Nueva Era.

Esto es lo que aconteció. Yo me limito a relatar los hechos, amparado en la oscuridad de la noche, desde este barracón y a dejar constancia de que la manipulación de la realidad, el desconcierto que hoy nos invade, empezó con la corrupción del lenguaje.