Si por algo destaca el tiempo de Navidad en nuestra tierra es por la celebración familiar de la misma. Los vínculos familiares se han hecho tan estrechos que no entenderíamos los zamoranos la celebración de la Navidad o de la Semana Santa sin la presencia de todos los miembros de la familia.

En los tiempos que corren la conexión y la solidaridad familiar se han convertido en el auxilio para muchos otros que se han visto arrastrados por el recorte laboral, social y económico al abismo de la precariedad. No es una casualidad que las sociedades mal llamadas tradicionales son las que generan un mayor nivel de confianza en la estructura familiar. En ellas se han cultivado y potenciado valores esenciales que favorecen la inserción social desde el arraigo a los orígenes de cada uno de los individuos.

Las políticas sociales de las últimas décadas dejaron a un lado la cimentación de las familias en valores que peyorativamente comenzaron a denominar conservadores, ahogándolos bajo el amparo de la todopoderosa modernidad. Alguien promocionó el olvido intencionado del sentido de la familia confundiendo su identidad con la de una mera estructura de consumo. ¡Cuántas familias se han destruido bajo este epígrafe! Ahora que han brotado los problemas queremos hacer de la necesidad, virtud.

No es momento de echar más carburante a la hoguera, ni de dedicarse a buscar responsables, que los hay. En los momentos más críticos tenemos que ser capaces de encontrar las oportunidades. Por ello el día de la Sagrada Familia, que hoy celebra la Iglesia, no puede convertirse en el acicate para empuñar la espada y golpear al rival político o ideológico. Las instituciones políticas europeas, españolas y zamoranas deben hacer una apuesta clara por el fomento de los valores que hicieron de la familia la base de la estructura social y cultural de esta tierra. Basta ya de echarse en cara los errores de los demás, es el momento de, como familia, aunar esfuerzos, ser solidarios y aupar al miembro que más lo necesita.

No está lejos el papel de la Iglesia, quien tiene en la Familia de Nazaret el mejor espejo en el que mirarse. El modelo presentado por la Iglesia no puede basarse en la mera contraposición con el de una sociedad abiertamente secularizada. La propuesta de la institución eclesial debe encarnar aquellos valores que fomentan el desarrollo y crecimiento de todos y cada uno de los miembros, pero arraigados en una identidad que vertebre y dé sentido a la propia existencia humana.