La cultura de la crisis ha impuesto como lema la eliminación de gastos superfluos, y todos, particulares, empresas y administraciones (por ese orden), se aprestan a ello. Es muy saludable ese adelgazamiento, pero eliminando esos gastos nos cargamos una parte de la economía, aquella que produce, distribuye o gestiona lo superfluo, con lo que la crisis se acentúa. A la vista de ello, puede suceder que haya que dar otra vuelta de tuerca, dirigida a eliminar un segundo círculo de cosas superfluas, y así de vuelta en vuelta, pues en realidad la mayor parte de lo que se consume en la sociedad consumista es superfluo. Consumir lo superfluo es una necesidad existencial de la economía basada en lo innecesario. Ésa es la contradicción fundamental, por usar el argot que antes usábamos los que hemos sido educados en el Libro Gordo de Petete, un señor de barba nacido en Tréveris (ver Wikipedia).